miércoles, 28 de marzo de 2012

Mercado Anual de Flores en Tournai


El mercado de las flores tradicionales del Viernes Santo

La costumbre se remonta al mercado de las flores en 1825. Se vendió en estos tiempos de jamón y flores para celebrar el final de la Cuaresma y la Semana Santa.
Hay poco tenaz. Mientras que muchos gourmets de Bélgica dio poco a poco a la gira en la ciudad de torres y cinco cenas finas, pero suntuoso, cuya composición tenía la reputación de grandes cocineros, que trajeron con ellos su arte, debemos se regocijan con la obstinación con que esta tradición continúa.

Las primeras horas del día, más de un centenar de horticultores de formar un equipo en los muelles y en la Rue Royale, donde los sitios han sido designados. Pronto, cineraria, azaleas fuera de heno y paja que fueron protegidos en su camino, plantas ornamentales, palmeras y árboles, laureles encabezados por ricos, a Phoenix y araucaria, renunció a la geranios, heliotropo y otras flores decorativas, que combinan sus líneas multicolores en un kilometro de largo de la cinta varias.


El Quai Saint-Brice saluda a los pequeños comerciantes, que establecieron sus cestas de pensamientos, margaritas, bulbos, las cebollas, los paquetes de semillas. Los puestos de flores de corte ofrecen una sinfonía de delicados lilas, tulipanes y jacintos. aldeanos, y los franceses del Norte, muchos llegan al mercado y, como Tournai, escuchar el concierto de las 16h de la armonía comunal Bomberos. Nuestros ciudadanos no sería un fracaso a la tradición de que uno compra una maceta, aunque la planta está condenada a morir en sus manos. Más de una vez, las autoridades locales dieron cuenta de que el tiempo era favorable rara vez durante la Semana Santa, en las plantas de efecto invernadero a menudo nunca cayó a subir de nuevo: el mercado de las flores, su origen, fue en realidad la finalidad de que las plantas en el suelo. Pero la tradición ha demostrado ser más fuerte que la de estos problemas.




El gran mercado de Tournai

La venta de artículos usados ​​anual es de un gran mercado por toda la ciudad, la estación de tren de la Grand Place, a través de las calles del Hospital Notre-Dame, Kortrijk, la calle Hatters en Valonia, el Wells ' El agua puente de la calle. De 8h a 18h. Para más información se puede obtener de la Asociación de Comerciantes en el 069/21 36 41 de 14h a 16h.


domingo, 25 de marzo de 2012

Chocolate.... Dé México para el mundo.


El Cacao

El Cacao no fue descubierto por nuestros antepasados españoles hasta principios del siglo XVI, cuando Cristóbal Colón y su tripulación, anclados en la isla de Guanja frente a las costas de lo que hoy es Honduras, recibieron como presente de los habitantes de esta isla unas pequeñas nueces de forma ovalada y color marrón.
Con ellas se elaboraba el "xocolatl" una bebida de fuerte sabor que producía una gran energía y vitalidad.
La palabra maya con que se designaba al grano “cacau” derivaba de la voz antigua “chacahuaa”. Actualmente, los descendientes mayas lo nombran “chucua”;
En el imperio azteca, Moctezuma recibía parte de sus tributos en almendras de cacao, porque estimaba mucho sus bayas como monedas. Como bebida, Moctezuma recibía anualmente 400,000 countles, equivalentes a 160 millones de bayas de cacao, útiles para preparar diariamente 50 tazas de chocolate, para su consumo personal.
En México, el cultivo del cacao estaba esparcido en toda la zona templada y caliente del país. Desde la provincia de Tabasco, hasta Michoacán, Colima, Chiapas y Campeche. Se producía de manera espontánea, pero también se cultivaban cuatro variedades principales de la planta: Quauhcahuatl, Xochicahuatl y Tlacacahuatl.
Los cacaos más estimados eran los de las provincias de Tabasco y Soconusco o Xoconocho, por sus semillas grandes, oleaginosas y de buen sabor.

Xocoatl… Bebida de Dioses y Chocolate de hoy…
Durante los años de conquista la bebida del “Xocoatl Azteca” era apreciada no solo por su sabor, sino por su valor estimulante.
Como tal, en una de sus cartas, Hernán Cortés se la describió a Carlos V asegurando que bastaba con una taza de esa bebida indígena, para sostener las fuerzas de un soldado durante todo un día de marcha.
Los nobles mexicanos hacían cocer el cacao con agua y para endulzarlo, le agregaban miel silvestre o jugo dulce de arce, aromatizándolo con un poco de vainilla.
La gente sencilla le agregaba atole de maíz para hacerlo nutritivo.
Para conseguir esta preciada bebida se tostaba el fruto y se molía. A la masa pastosa se le añadía agua, se calentaba la mezcla y se retiraba la manteca de cacao, que posteriormente se batía y se mezclaba con harina de maíz para espesarla.
Diversas especias añadidas como la pimienta le daban un curioso y fuerte sabor que no fue muy apreciado por los descubridores.
El cacao moneda no circulaba solamente en el Imperio Mexicano, sino también en los países vecinos y no solo servía para adquirir las cosas de poco precio, sino también las de gran valor como los esclavos.

Por su valor, los españoles no tardaron en remitir a su patria el cacao mexicano desde principios del siglo XVI.
En 1528, ya en gran cantidad, Cortés envió cacao al emperador Carlos V y se empezó a usar como bebida medicinal fortificante. En un principio solo por los nobles de la corte, por ser escaso y de alto valor.

Arbol del Cacao



El árbol de cacao es una planta de tipo tropical que crece en climas cálidos y húmedos, por lo general es un árbol pequeño, entre 4 y 8 metros de alto, aunque si recibe sombra de árboles grandes, puede alcanzar hasta los 10 metros de alto.  La madera es de color claro, casi blanco, y la corteza es delgada, de color café.
El cacao pertenece al género Theobroma que en griego significa “Alimento de los Dioses” de la familia de las bitneriaceas.
Se conocen 18 especies distintas, que se distinguen por el mayor o menor crecimiento de la planta, la forma de sus hojas, el volumen y coloración del fruto. Las semillas también varían en forma, tamaño y cualidades nutritivas.

Las flores del cacao, ver la imagen superior, son pequeñas y abundantes, de color amarillo rojizo que al marchitarse dejan un embrión con el fruto que luego crece, y se convierte en una especie de baya carnosa en todo su espesor.

El grano del cacao, es una semilla encerrada en su fruto, similar al pepino. El cacaotero tiene una longevidad de 40 años.
Un único árbol puede llegar a dar 100,000 flores a lo largo de un año. Estas flores tienen una vida tan corta de apenas 48 horas. Una mazorca de cacao siempre contiene un número par de semillas o habas.  El fruto puede alcanzar una longitud de 15 a 25 centímetros. Al abrir el fruto, aparecen acomodadas



en la parte carnosa, entre 30 y 40 semillas del cacao, que al lavarse y secarse, son empleadas para preparar una bebida llamada “Chocolate”.


Del Cacao de México…. Al Chocolate en el Mundo…
Actualmente el cacao se cultiva en la zona delimitada por los trópicos de Cáncer y Capricornio, dónde se dan los niveles de calor y humedad necesarios.
Los indios de la Guayana lo llaman “cacau”; y las tribus indias de los adaguas en Colombia y Venezuela, le llamaban “acao”. En Perú, los indios canamaris lo conocen como “Coaca”.
La producción mundial es de 2.8 millones de toneladas. África acapara el 70% de la producción mundial con la producción de Costa de Marfil 43%y Ghana 15%.
La franja ecuatorial de América; Brasil con 6% y en el Sudeste Asiático, Indonesia con 12%. Los cacaos más apreciados son los de Venezuela y Ecuador.

La palabra náhuatl “cacahuatl” pasó al español como cacao y casi sin modificaciones del español a los demás idiomas del mundo, siendo igual en portugués, francés, italiano y holandés.


Los alemanes, polacos y húngaros cambian sólo su ortografía, escribiendo “cocoa”. En cuanto al término español “chocolate”, se deriva del azteca “xocoatl” que significa “aguada de de cacao”. La palabra chocolate penetró también casi igual en todos los idiomas modernos.
Los españoles y portugueses dicen “chocolate”; los catalanes “xocolata”, los franceses “chocolat” y “chocolate” los ingleses.

Los italianos le llaman “cioccolato”; “schokolade” los alemanes;  los rusos “shokolad” y “chocolat” los árabes.

Hernán Cortés conoció el chocolate en la mesa de Moctezuma, dónde fue invitado a tomarlo, por ser una de las bebidas predilectas del emperador. Entonces se preparaba directamente a partir de los granos tostados, obteniéndose una pasta muy espesa y grasosa, ya que las semillas del cacao contienen la mitad de su peso en aceites llamados “manteca de cacao”. Carlos I de España, tuvo la idea de mezclar el cacao con azúcar, canela y vainilla y de ese modo obtuvo una golosina más del agrado de los paladares europeos, naciendo así el chocolate moderno que disfrutamos hoy.
A principios del siglo XIX, el holandés Van Houten, descubrió un método para extraer al cacao su manteca, y a la vez, consiguió elaborar un polvo seco y soluble en el agua, sin privarle por ello de su sustancia estimulante: la “Theobromina”
La palabra “Theobroma”que en griego significa “alimento de Dioses”, fue empleada por Carlos Linneo, como término científico para denominar al árbol del cacao, a raíz de que el famoso gastrónomo holandés Lume de Mireles, al probar el chocolate exclamara:
“Este es el alimento de los dioses”… nuestro chocolate de Hoy…!!!





chocolate


En Bélgica, donde hoy se producen algunos de los mejores chocolates del mundo, es Jean Neuhaus  quien lo pone de moda en su "confitería farmacéutica" ubicada en las prestigiosas Galerías St. Hubert  de Bruselas. Su dulce negocio arrancaba en 1857 y hoy aún continúa ubicado en las mismas galerías. En 1912 su nieto crearía el primer bombón relleno (bautizado como praliné) y pocos años más tarde su mujer diseñaría la "ballotin", las cajitas de bombones que sustituirían a los cucuruchos de papel utilizados hasta entonces. Eran los inicios de una tradición chocolatera que se expandió todo el país.
 Hoy en día Bélgica es uno de los mayores productores de chocolate del mundo y, según muchos, allí se encuentran los mejores maestros chocolateros. Pese a haber aumentado la internacionalización de sus productos y la tendencia a la producción en masa, lo cierto es que el chocolate belga es famoso por seguir respetando las normas de la elaboración artesanal, como la de no introducir grasas vegetales, elaborando así un producto 100% cacao. El sello de calidad "Ambao" otorgado por el Estado es la certificación oficial que se puede encontrar en la gran mayoría de chocolates. Además de eso, otros factores como la cuidadosa selección de la materia prima (de gran calidad, pero también muy cara), la amplia experiencia en las técnicas de elaboración y la combinación entre procesos artesanales con maquinaria de última generación, han hecho que sus chocolates sean de los más preciados que existen. Prueba de ello son las marcas de lujo Neuhaus (la primera, recordemos), Corné o Galler. Precisamente sobre esta última puedo hablar por experiencia propia, ya que gracias a la oficina de Turismo de Valonia-Bruselas  tuve la oportunidad de hacer una pequeña degustación en una de sus tiendas ubicada en Lieja.
 Galler , que tiene su sede cerca de Lieja, es una de las más conocidas marcas de chocolate en Bélgica. Fundada en 1976, el renombre de esta compañía ha ido creciendo desde entonces y hoy está presente en países como Japón o Arabia Saudí. En el proceso de elaboración de sus productos sólo hay ingredientes naturales y de máxima calidad, por lo que suele considerarse que sus chocolates son de los más refinados. Sus productos  estrella son las barritas de chocolate (negro, con leche o blanco) con sabores que van desde las clásicas nueces y avellanas hasta la frambuesa o el pistacho. También las trufas y los bombones gozan de gran éxito, como es lógico, y en los últimos tiempos han decidido innovar mezclando la masa del gofre con su relleno de chocolate. Su producto más exótico es el Kaori, unos bastoncitos que imitan la forma de un pincel para untar en crema aludiendo al arte de la caligrafía japonesa. Sería imposible aconsejar un chocolate determinado, pero aquí un servidor disfrutó especialmente con las trufas de chocolate blanco y con las barritas de chocolate con leche sabor avellana. Bastante clásico en mi elección, pero es que lo merecían. Si te apasiona el chocolate y visitas Bélgica, te recomiendo que pases por una de sus tiendas y te permitas un capricho.  Por supuesto Galler es una gran opción, pero hay decenas de marcas diferentes, a cual mejor. A las ya mencionadas Neuhaus , Corné  y la propia Galler, podríamos añadir Godiva  -una de las cinco más caras del mundo- y Leonidas , que es la más extendida por el país y la que tiene unos precios más asequibles. Una sugerencia personal de nuestro guía Antonio Neri fue el chocolate Charlemagne , de tradición familiar y no tan conocido, pero al parecer exquisito. En cuanto a las chocolaterías, no hay ningún problema para encontrarlas. Hay más de 2.000 "chocolateries" esparcidas por todo el país. Las más populares, según Lonely Planet, son Burie  y Del Rey , en Amberes, y Mary's  en Bruselas. En cualquier caso, si viajas a Bélgica elijas la tienda que elijas, escojas la marca que escojas, es muy probable que aciertes

Sitio de la Marca Marcolini de origen belga, cortesía de Laeken.

http://www.marcolini.be/

A disfrutar.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Festival del Chocolate


Choco-Laté, el festival del chocolate

23 de octubre de 2011






El hombre es festejador por naturaleza. Celebra la llegada la primavera, la venida del verano, la caída de las hojas o la llegada de las nieves. Bautizos, comuniones, bodas y algún divorcio; cosechas, matanzas, logros, hasta algún fracaso. Y en el amplísimo abanico de excusas para disfrutar sin más de la vida, el buen comer cobra especial imporancia.

En Brujas, Bélgica, esto del festival folklórico con tintes gastronómicos también saben tomárselo al pie de la letra y celebran el mejor producto local: el chocolate. Choco-Laté  da nombre a un festival celebrado en la emblemática ciudad belga a principios de abril. La capital del chocolate se vuelca durante cinco días para brindar lo mejor de su tierra. Cocineros, panaderos y los mejores chocolatiers ofrecen la posibilidad de degustar los mejores chocolates del globo en forma de absolutas obras de arte, así como de experimentarlos en vivo y en directo. Y todo ello en pleno casco histórico de la ciudad, en el Palacio de Congresos de Oud Sint Jan.

Además, el festejo aúna lo lúdico y lo educativo; en él se muestran las múltiples propiedades beneficiosas del cacao, tanto para la salud de cuerpo y mente como para la belleza, y en definitiva para el bienestar, una de las reglas de oro en toda celebración


¿Sabéis que Bélgica es el país del chocolate? Imaginaros entonces un festival de chocolate en el mejor país del mundo dedicado a este delicioso manjar. Pues tenéis la oportunidad de asistir, el 27 y el 28 de marzo del 2010, al Festival de Chocolate de Mons. Este año se cumple la séptima edición, y por segunda vez el festival se celebrará durante dos días.
Los mejores fabricantes de chocolate de Bélgica demostrarán su arte, con sus esculturas de chocolate, teniendo la oportunidad de experimentar sabores exquisitos. Varios restaurantes del centro de Mons contribuirán a este evento, ofreciendo menús especiales basados en el chocolate. Tendréis la oportunidad de encontrar dulces, galletas e incluso crema para el cuerpo hecha con chocolate.
Este Festival de Chocolate de Mons es también muy divertido para los niños, ya que habrá animaciones para ellos de todo tipo. Habrá talleres de praliné, juegos, búsqueda de tesoros, gymkhanas… Hay que decir que este festival se celebrará por las mismas fechas que el célebre Ducasse de Messines, otro festival fabuloso en la región. Así que aprovechar la estancia en Mons, y matáis dos pájaros de un tiro.
Los distintos expositores crean todos los años un libro de recetas, en el que darán a conocer sus secretos mejor guardados. El libro lo podréis encontrar en la Oficina de Turismo de Mons. El domingo 28 de marzo abrirán las tiendas de la ciudad, y se celebrará un mercado de flores al final de la calle peatonal de la Grand Place.
Los vendedores ambulantes os darán a probar muchas especialidades de chocolate. También, los vendedores de las tiendas Coupe, elaborarán por segundo año consecutivo, el tiramisú más grande del festival. Trozos de este enorme postre se pondrán en venta, y lo recaudado se destinará a asociaciones benéficas de Mons.
Sin duda que, si tenéis la oportunidad de estar en Mons a finales del mes de marzo, no os perdáis la ocasión de asistir a uno de los festivales más interesantes de la ciudad. De todas maneras, no os preocupéis si esperáis a última hora, ya que hay muchos vuelos low cost que os llevan hasta aquí. Bélgica es un país donde se produce el mejor chocolate del mundo, así que deleitaros con lo que os podéis encontrar en Mons.

festival-de-chocolate-2010-en-mons


domingo, 18 de marzo de 2012

María Enriqueta de Austria, segunda reina de los belgas.

La reina más infeliz de los belgas fue seguramente Marie-Henriette, consorte del rey Leopoldo II. Tragedias de la familia y un matrimonio desgraciado llenó su vida de pruebas dolorosas, y uno sólo puede esperar que encontró la paz en un mundo mejor.

Nacido 23 de agosto 1836, en Budapest, Marie-Henriette era la hija del archiduque José de Austria, Palatino de Hungría, y su tercera esposa, Dorotea de Württemberg. Su infancia, en medio de una gran familia en el campo húngaro, estaba feliz, y ella creció en una hermosa, muchacha enérgica, alegre, un jinete consumado.

A los 17 años, Marie-Henriette casó con el príncipe Leopold, el hijo mayor y heredero del rey Leopoldo I de Bélgica.Fue un partido político, la intención de proteger Bélgica desde la agresión francesa sea posible. Además, se esperaba, la conexión de forma segura los Habsburgo establecería la nueva dinastía belga de prestigio entre las monarquías católicas de Europa. Temperamentos de los cónyuges, sin embargo, se enfrentaron desde el principio. Sólo unas semanas después de su boda, la novia le escribió a su maestro de pintura:

. .. Yo soy una mujer infeliz. Dios es mi único apoyo. Mi pobre madre comienza a percibir lo que ella hizo cuando se arregló mi matrimonio. Ella sólo buscaba mi felicidad, pero ahora se ve lo contrario es el caso. Si Dios escucha mi oración, no voy a vivir más tiempo ...
A pesar de su deseo, este fue sólo el comienzo de casi 50 años de pena. Necesidad pragmática (sobre todo, la búsqueda de un heredero) se unieron a la pareja durante los primeros años de su matrimonio, pero la muerte de su único hijo, a los 10 años, amargamente decepcionado al rey y se esforzó frágil vínculo de la pareja real. Cuando un nuevo intento de producir un heredero más que resultó en el nacimiento de su (tercer) hija, Clementine, todas las esperanzas de la armonía conyugal se hicieron añicos. Egoísta, cínico y cruel, Leopoldo era notoriamente infiel, y Marie-Henriette fue el primero en sufrir la larga serie de escándalos, que indignado a la opinión pública belga y dañó seriamente la reputación de la familia real.

Como la reina Marie-Henriette se excluyó gran parte de los asuntos políticos.Ella dedicó su tiempo principalmente a la caridad y la filantropía, y se convirtió en un gran Patrona del arte y la música. En 1867, sin embargo, dos años después de la adhesión de su marido, que estaba encargado de una misión política importante. Su hermana-en-ley, el infortunado, desquiciado Emperatriz Carlota de México, fue secuestrado por los Habsburgo en Miramar, y la reina belga tuvo que organizar su regreso a Bélgica. Ella negoció hábilmente con los austriacos, que acompaña a Carlota en su viaje a casa y la amabilidad de atender a ella después de su llegada.

La reina ha sido descrito como un carácter difícil. Ella fue sin duda intratable con sus hijas, presionando a los dos mayores, Louise y Stephanie, en los matrimonios que resultaría desastroso, y se reprochaba el más joven, Clementine, sólo por su espíritu independiente. Sin embargo, parte de su crianza autoritaria, simplemente puede haber sido normal para la época, y su profunda infelicidad personal (con el tiempo, a pesar de su carácter fuerte y profunda fe religiosa, que intentó suicidarse) probablemente contribuyó a su comportamiento difícil. En cualquier caso, su resistencia de décadas de soledad y el dolor era admirable, al igual que su caridad y su gran piedad, que le ganó la Rosa de Oro de la virtud del papa León XIII.

En 1895, Marie-Henriette finalmente se separó de su marido, dejando el tribunal belga para establecerse en el Spa. Clementine asumió el papel del país de "primera dama", mientras que su madre vivió en el retiro silencioso. En su soledad, ella se entretenía con sus pasiones de toda la vida, el arte, la música (era un jugador talentoso del piano y el arpa), caballos y perros. Ella también tenía un círculo de amigos íntimos, uno de sus favoritos era su sobrino, el príncipe Alberto, más tarde el rey Alberto I de Bélgica.

Últimos años de la reina, sin embargo, se oscureció por la enfermedad y el trágico desenlace de los matrimonios de sus hijas mayores. La unión de Luisa con un pariente de Sajonia-Coburgo resultó profundamente infeliz, y la princesa impetuosa escandalizó Europa por fugarse con un amante y llevar una vida extravagante y disoluta, durante unos años, ella se limita incluso a un manicomio. El matrimonio de Stephanie al príncipe heredero Rudolf de Austria también fue infeliz, y terminó en la tragedia de Mayerling. Décadas de dolor y la decepción se hizo sentir en el ánimo de su madre y la salud. Prematuramente envejecido y demacrado, rodeada de sus fieles amigos últimos, que murió de paro cardíaco el 19 de septiembre de 1902.

Referencias:

Gubin, Eliane y Dupont-Bouchat, Marie-Sylvie. Dictionnaire des femmes belges.de 2006.

Weber, Patrick. Amours Royales princières et al. de 2006.

"Una vida infeliz de la Reina: La miseria de la tarde Marie Henriette de Bélgica se revela en las letras", publicada en el New York Times, 04 de octubre 1902.

"Las tragedias de la familia real de Bélgica", de Ivan C. Waterbury, en elInternacional de Hearst: El mundo de hoy, vol. III, n. 1, 1902, pp 2042-2043.

 

viernes, 16 de marzo de 2012

Te doy la bienvenida a mi fiesta.


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CUMPLIR AÑOS
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Hoy es mi cumpleaños, y como suele suceder cuando llegan estas fechas, uno se permite un tiempito para pensar y reflexionar algunas cosas.
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Con el ritmo de vida que llevamos, los horarios, los compromisos, la agenda, las reuniones y el trajín cotidiano de nuestra labor, no apreciamos el verdadero significado de sumar un año más a nuestra existencia.
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La ceremonia de recibir saludos, felicitaciones, obsequios y hasta los festejos, con torta y cumpleaños feliz incluidos, nos impiden comprender cabalmente el significado de cumplir un año más.
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Algunos dirán que sumamos un año a nuestras vidas y otros, algo más pesimistas, afirmarán que debemos restarle un año más al tiempo que nos queda en este mundo. Todo depende del cristal con que lo miremos.
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Creo que cumplir años implica tantas cosas que no alcanzarían las páginas del mundo como para describirlas, tantas emociones y tantos recuerdos que solamente uno tiene un espacio propicio para poder albergarlos.

Cumplir años es ir tomando conciencia de quienes somos y del mundo en que vivimos. Cumplir años es descubrir de a poco lo afortunados o desafortunados que fuimos. Cumplir años es entender nuestra propia realidad y comprender muchas de las cosas que antes no comprendíamos. Cumplir años es crecer, madurar, recapacitar. Cumplir años es aprender a perdonar, pero fundamentalmente es aprender a perdonarnos. Cumplir años es dejar los juguetes, asumir responsabilidades y obligaciones en un mundo que exige ocultar -y hasta matar- al niño que fuimos. Cumplir años es concretar, pero también soñar. Cumplir años es tomar conciencia de las injusticias, las diferencias, las necesidades propias y de quienes nos rodean. Cumplir años es asumir que no todo es tan justo como quisiéramos y que los valores, aquellos que conforman esa escala de la que tanto nos han hablado, se han ido derritiendo en una sociedad que privilegia solamente el lucro, el éxito y el poder. Cumplir años es buscar la verdad, nuestra propia verdad, para poder desplegarla y ejercitarla cuando sea necesario. Cumplir años es aceptar, soportar y tolerar. Cumplir años es advertir lo mucho que hay para hacer y lo mucho que podemos hacer. Cumplir años es ayudar, brindar una mano y ejercitar la verdadera solidaridad. Cumplir años es advertir las sillas vacías de los muchos que lamentablemente ya no están, pero también valorar el espacio que ocupan aquellos que sí están. Cumplir años es alegría, tristeza, melancolía, recuerdos y mucho más.
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Por eso, cumplir años es así, la vida misma, porque más allá de toda reflexión y todo balance, cumplir años es vivir, solamente... vivir.-

© Este texto, al igual todo el contenido del blog, se encuentra registrado y protegido por las leyes internacionales sobre derechos de autor y propiedad intelectual. Para la licencia de copiado se ha especificado la obligación de incluir el nombre de su autor y enlace a este sitio.

AUTOR: EDUARDO CASTILLO PÁEZ


miércoles, 14 de marzo de 2012

Luto en Bélgica.


Un día negro para Bélgica por la muerte de 22 niños y 6 adultos en accidente
14 de marzo de 2012  13:05

La conmoción, la tristeza, la tragedia y el luto han marcado hoy a Bélgica tras el dramático accidente de autocar en el que anoche fallecieron 22 niños y 6 adultos de dos escuelas belgas cuando regresaban de un viaje a Suiza.
"Es un día negro para nuestro país, todos los belgas comparten nuestra inmensa tristeza, no hay palabras para expresar lo que sentimos", han declarado el primer ministro de Bélgica, Elio Di Rupo, tras anunciar un día de luto nacional.
Los belgas siguen con temor las noticias que llegan desde Suiza sobre la evolución de los 24 heridos que se encuentran hospitalizados, varios de gravedad, entre ellos 3 niños en coma. Ningún ocupante del autobús resultó ileso.
La tragedia ha golpeado a las escuelas de primarias de Sint-Lambertus (Heverlee) y 't Stekske (Lommel), dos ciudades situadas en Flandes (norte de Bélgica), ésta última justo en la frontera con Holanda.
Los niños que viajaban en el autobús tenían en torno a 12 años, y diez de ellos eran holandeses, otro era polaco y uno alemán.
Los familiares de las víctimas viajaron en un vuelo militar especial puesto a su disposición y que les llevó hasta Ginebra, desde donde se han trasladado a los seis hospitales donde se encuentran ingresados los heridos.
Un equipo de psicólogos especializados en este tipo de sucesos ha viajado con los familiares para prestarles asistencia durante estos duros momentos, además de expertos de la policía federal belga que colaborará en las tareas de identificación de los cuerpos.
Di Rupo viajó a Suiza junto al viceprimer ministro y titular de Finanzas, Steven Vanackere; así como el de Defensa, Pieter De Crem, y el presidente de la región de Flandes, Kris Peeters.
Se desconocen las causas del siniestro, ya que el autobús estaba aparentemente en buen estado y el tramo del túnel en el que ocurrió el accidente era recto.
Una de las niñas supervivientes, que logró contactar brevemente con su padre por teléfono, explicó que escuchó un gran choque en la oscuridad y que "todos los asientos salieron volando", detalla el diario belga "Le Soir".
Esta niña de 12 años quedó atrapada entre dos asientos del autobús tras el impacto y sufre fracturas en las dos piernas y un brazo.
Los niños debían haber llegado esta mañana a sus casas tras unas vacaciones en el valle de Anniviers junto a otros escolares de colegios del norte de Bélgica.
Las reacciones oficiales se han sucedido a lo largo del día.
El presidente del Consejo Europeo y ex primer ministro belga, Herman Van Rompuy, dijo que tras este "horrible drama humano", todos los belgas se sienten "padres, madres, hermanos u hermanas de estos niños y niñas y de sus acompañantes".
El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Dura Barroso, también manifestó sus condolencias a las familias de las víctimas de un accidente todavía más "dramático" por el hecho de que la mayoría de los fallecidos son niños.
"He visto las terribles imágenes del accidente, una catástrofe especialmente impactante por la edad de las víctimas", afirmó el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, poco antes de que los eurodiputados guardaran un minuto se silencio durante el pleno que se celebra esta semana en Estrasburgo.
El Gobierno español también a manifestado su "profundo pesar" y sus más sentidas condolencias al pueblo y a las autoridades de Bélgica, a través de un comunicado el Ministerio de Exteriores y Cooperación español.
Por su parte, el alcalde del municipio suizo de Sierre, François Genoud, declaró a Efe que se trata de "un drama posiblemente sin precedentes en Suiza", una "catástrofe terrible" que ocurrió cuando el autobús "apenas había recorrido una docena de kilómetros" por la autopista.

domingo, 11 de marzo de 2012

Louise Marie de Orleans primera reina de los Belgas.

Louise Marie Thérèse Charlotte Isabelle d'Orléans, que ése y no otro era su nombre completo, había nacido en Palermo, en la isla de Sicilia, el 3 de abril de 1812. El lugar de su nacimiento tiene un profundo significado: hacia la primavera de 1812, el padre de la neófita, Louis Philippe, duque de Orléans, era un príncipe exiliado que pretendía un trono inexistente entre las mofas y befas de gran parte de la realeza europea; en cambio, la madre de la neófita, Marie Amelie, se contaba como una de las hijas del rey Ferdinando I de las Dos Sicilias junto a su consorte María Carolina, una archiduquesa de Austria.


Nuestra Louise Marie apenas conoció a su abuela materna, María Carolina. Esa gran señora falleció cuando la niña contaba dos añitos de edad, en septiembre de 1814. Para entonces, Louis Philippe y Marie Amelie se encontraban en el Palais Royal de París, pues habían conseguido romper la maldición del exilio; se habían establecido unos meses atrás en la capital francesa, junto a su primogénito, Ferdinand-Philippe, y las dos niñas, Louise Marie y Marie, una hermanita que nuestra protagonista había tenido con apenas doce meses de edad. De hecho, en septiembre de 1814, al producirse el deceso de María Carolina, Marie Amelie se hallaba en avanzadísimo estado de gestación: en octubre daría a luz al cuarto de sus retoños, Louis, futuro duque de Nemours. Por tanto, Louise Marie jamás pudo sentarse en el regazo de la abuela María Carolina para que ésta le relatase "las viejas historias". Pero, si hubiese ocurrido, seguramente la primera de "las viejas historias" que María Carolina le hubiese narrado a su nieta hubiese girado en torno a una tía abuela de la criatura: Marie Antoinette, la última reina de los franceses, guillotinada después de una tenebrosa etapa de reclusión en el Temple.


En realidad, Louise Marie tuvo que enterarse, en algún momento, de la "peculiaridad dinástica" que representaba el matrimonio de sus padres. Su madre, Marie Amelie, había crecido en la corte siciliana con constantes referencias a la tía Marie Antoinette, que había sido la queridísima hermana menor de María Carolina. Evidentemente, María Carolina había transmitido a sus hijos, incluyendo esa hija, la animadversión hacia los Orléans habían traicionado vilmente a Louis XVI y Marie Antoinette. Al recibir noticia de que se le había sentenciado a morir en la guillotina, Louis XVI se reservó sus emociones; sin embargo, no pudo evitar que la tristeza y la amargura flotasen en su mirada en el momento en que se le especificó que entre quienes habían votado a favor de la ejecución estaba su primo Philippe duque de Orléans, que, a aquellas alturas, se hacía llamar Philippe Egalité. Con esos mimbres, no tiene nada de extraño que María Carolina hubiese puesto el grito en el cielo cuando su hija Marie Amelie, cercana a la treintena, destinada a quedarse para vestir santos, se enamoró fervientemente de Louis Philippe de Orléans, hijo varón de Philippe Egalité.


Louis Philippe y Marie Amelie, no obstante, conformaron una pareja sorprendentemente feliz. La propia María Carolina, mal predispuesta hacia su yerno Orléans, admitió poco después de la boda que su hija y su yerno no tenían nada, eran pobres como ratas (según los estándares de la realeza), pero se mostraban enamorados y entusiasmados por el hecho de compartir sus vidas. Si Louis Philippe cometió alguna vez algún desliz, lo hizo de modo tan increíblemente discreto que jamás existió ni un levísimo rumor. A ojos del mundo entero, Louis Philippe rodeaba de atenciones y delicadezas a Marie Amelie, la "más amante y solícita" de las esposas. Los dos establecieron su hogar contando con la hermana solterona de él, la egregia Madame Adelaïde. Madame Adelaïde jugaría un papel significativo en la crianza de sus sobrinos, particularmente de sus sobrinas.




Pero centremos la atención en Louise Marie, nieta de Philippe Egalité a la par que sobrina nieta de Marie Antoinette...


En 1814, Louis Philippe y Marie Amelie, como hemos visto, pudieron romper la maldición del exilio. El derrumbe estrepitoso del imperio napoleónico significaba que los Borbones podían retornar a Francia. Así que, conjuntamente con la hermana de él y los tres niños pequeños que habían tenido en tierras sicilianas, los flamantes duques de Orléans fueron a instalarse al Palais Royal de París, lugar en el que Marie Amelie puso en el mundo a Louis, su cuarto vástago. El recien nacido Louis se unía en la nursery a Ferdinand-Philippe, Louise Marie y Marie.


Por entonces, se produjo el gran sobresalto. Napoleón logró huír de la isla de Elba, regresando a Francia para protagonizar la "resurrección" de su imperio. Fue una resurrección de corta duración, que ha pasado a la historia como el imperio de los Cien Días. Pero, desde luego, los Orléans, en cuanto se enteraron de que Napoleón había desembarcado en Marsella procedente de Elba, para dirigir a sus todavía numerosos partidarios hacia París, pusieron pies en polvorosa. Enseguida cruzarían el Canal de la Mancha, buscando refugio en Inglaterra. Una casa solariega rebautizada Orléans House, en Twickenham, se convirtió en el hogar de Louis Philippe, Marie Amelie, Madame Adelaïde y los niños hasta bien entrado el año 1817. De hecho, en Twickenham nació el quinto bebé, una fémina bautizada Françoise que, para gran pesadumbre de los padres, murió en la tierna infancia.


Los Orléans retornaron a Francia a principios de 1817. Para esa época, nuestra Louise Marie estaba a punto de cumplir cinco años, así que ya pudo darse cuenta del nuevo giro en la rueda del destino. Orléans House en Twickenham se transformó en un vago recuerdo en la mente de la niña mientras se acostumbraba a la nueva residencia de la familia: el château de Neuilly, en Neuilly-sur-Seine. Recién instalados en Neully, Marie Amelie tuvo a su sexto bebé: fue una princesita, bautizada con el nombre de Clémentine.


La familia se completó en los años posteriores con el advenimiento de François de Orléans (príncipe de Joinville), Charles de Orléans (duque de Penthièvre), Henri de Orléans (duque de Aumale) y Antoine de Orléans (duque de Montpensier).


Hay que resaltar que Louis Philippe y Marie Amelie, a diferencia de otros padres de la realeza que delegaban por completo el cuidado de sus hijos, se mostraban afectuosos, tiernos, constantemente accesibles y protectores respecto a los niños. Estaban saludablemente orgullosos de sus retoños, a cuya perfecta formación contribuía la tía Madame Adelaïde. Las horas más amargas de ambos surgieron de las muertes prematuras de su hijita Françoise y de su hijito Charles. Pero centraron todas sus atenciones en los que sobrevivieron a la niñez: Ferdinand, Louise Marie, Marie, Louis, Clémentine, François, Henri y Antoine. Cada uno de ellos pudo evocar, con posterioridad, una infancia y una adolescencia sorprendentemente equilabradas, armónicas e incluso dichosas, mérito de la atmósfera doméstica que había sabido crear Marie Amelie en Neuilly.


Pero, retornando a Louise Marie...ella no tenía el menor interés en que la hiciesen reina. Se mostraba conforme, al igual que la hermana que la seguía en edad, manteniéndose bajo el techo de sus padres. Constituían una familia estrechamente unida, en la que no había roces ni fricciones. La mera idea de separarse de ese núcleo amoroso y cálido provocaba temor en Louise Marie o en Marie. Clémentine hubiese batido palmas con las orejas ante una petición mano de cualquier rey. En cambio, Louise Marie se mostró disgustada cuando supo que Leopold I de Bélgica quería casarse con ella, la mayor entre las hijos de esa pareja Louis Philippe-Marie Amelie que finalmente había ascendido al trono de Francia.



Louis Philippe, duque de Orleáns, había sido elevado a la dignidad de 
« lieutenant-général du royaume » por Charles X coincidiendo con la abdicación de éste. Completamente acosado, sin nadie en quien apoyarse, el ultraconservador monarca Charles X había tomado la decisión de renunciar a su trono, en contra del parecer del mayor de sus hijos, el "dauphin" Louis. Charles X mantenía una relación cuando menos difícil con su hijo Louis, el "dauphin"; de hecho, sus preferencias siempre se habían dirigido hacia el hermano menor de éste, Charles Ferdinand, duque de Berry, que guardaba un gran parecido, en el aspecto y en el carácter, con su progenitor. A la hora de ceder su corona, Charles X lo hizo en favor de su nieto Henri, hijo de los duques de Berry. La duquesa de Berry, Caroline, una medio hermana mayor de Marie Amelie duquesa de Orléans, pelearía bravamente para sostener ese derecho de su pequeño. 

Para asegurar la ascensión de su nieto Henri, Charles X había hecho « lieutenant-général du royaume » a su pariente Louis Philippe duque de Orléans. Se trató de un craso error de cálculo por su parte. Louis Philippe tenía sus propias aspiraciones y sólo había aguardado que se presentase la ocasión para poder pillarla al vuelo. Le constaba que en la Asamblea Nacional, no había partidarios dispuestos a batirse el cobre por un rey Henri nieto del denostado Charles X. En la Asamblea Nacional, de hecho, existía una dura pugna interna, porque los que temían más que nada una nueva República sabían no obstante que sólo podrían ofrecerle al pueblo una monarquía absolutamente remozada. La Cámara se dispuso a hacer soberano a Louis Philippe de Orléans, de probado liberalismo. Éste no luciría el título tradicional de rey de Francia, sino el de rey de los franceses; estaría completamente vinculado a una constitución de corte liberal, con una fuerte vocación populista. Así surgió la llamada "Monarquía de Julio". 

Ese peculiar ascenso al trono de Louis Philippe cayó a cuerno quemado en la inmensa mayoría de las cortes europeas, por no decir en todas. Los monárquicos tradicionales franceses estaban igualmente horrorizados por la "usurpación" de aquel hombre, que tenía por principal damnificado al pequeño Henri, conde de Chambord. A partir de entonces, los legitimistas se aglutinarían en torno al conde de Chambord y a la enérgica madre de éste, la duquesa de Berry, que, como hemos visto, era medio hermana de la consorte de Louis Philippe. Visto ese percal, no tiene nada de extraño que Marie Amelie hubiese dicho entre lágrimas que el acceso a la corona de su marido había sido una "catástrofe"; aunque ella se refería más bien a que ya no podría residir tranquilamente con sus hijos en Neuilly-sur-Seine, puesto que se esperaba que se instalase, con la necesaria pompa y circunstancia, en el palacio de las Tuilleries. 



La posición de los hijos de la pareja había variado sustancialmente. En primer lugar, su primogénito, Ferdinand-Philippe, era, ahora, el príncipe real, heredero de la corona que ceñía las sienes de Louis Philippe. Las expectativas de futuro se incrementaban sustancialmente respecto a los varones, pero también por lo que se refería a las tres princesas. No obstante, el asunto de los futuros matrimonios de esos vástagos estaba envuelto en ciertas dudas. Al fín y al cabo, la mayoría de las cortes europeas no estaban dispuestas a aliarse mediante casamientos con la controvertida rama Orléans. 

Leopold de Bélgica fue el primer pretendiente "de fuste" que surgió en escena. Él mismo, ya lo hemos visto, había alcanzado el trono de un país no por proceder de un linaje que lo hubiese detentado a través de generaciones. Los belgas se habían "secesionado", asestando un duro golpe a los monarcas holandeses, para conformarse como una pequeña nación. Necesitaban un príncipe al que hacer rey. Leopold de Saxe-Coburg-Gotha parecía el más apropiado, gracias a la trayectoria y a las conexiones adquiridas. Lo cierto es que, hacia 1831, Leopold constituía un elemento poderoso en la escena política europea. Porque él reinaba en Bélgica, pero porque, además, se trataba del tío carnal por vía materna de la princesa Alexandrina Victoria de Kent, heredera de Inglaterra. 

Necesitando reforzar sus lazos con Francia, Leopold solicitó la mano de Louise Marie. Ni Louis Philippe ni Marie Amelie tenían prisa por desprenderse de su hija: por su gusto, hubiesen conservado intacto el núcleo familiar varios años más. Sin embargo, ahora Louise Marie era una princesa de Francia. No se podía descartar el enlace que proponía Leopold I de Bélgica. Marie Amelie, que no había deseado nunca transformarse en reina, estaba al tanto de que Louise Marie tampoco soñaba con interpretar semejante papel. Pero una dama de sangre real fluyendo por las venas sabía plegarse a los designios de la Providencia.



En cuanto a la propia Louise Marie, no podía decirse que "conociese" a Leopold, pero había coincidido con él en alguna ocasión muchos años atrás. Leopold había visitado a los Orléans durante el período de exilio de éstos en Orléans House, en Twickenham. Posteriormente, se había producido algún otro encuentro en Neuilly-sur-Seine. Louise Marie, una niña, no se había quedado con una impresión favorable de Leopold, a quien juzgaba un individuo frío y distante. Antoinette-Denise de Grimoard y Antonine de Celles, ambas amigas de Louise Marie, recibieron confidencias de ésta en el sentido de que lamentaba tener que comprometerse de por vida con un hombre que le resultaba tan indiferente como cualquier otro con quien se cruzase de forma casual en las calles parisinas. 

Entre los rasgos distintivos de aquella Louise Marie de veinte años, figuraban un acendrado amor a su familia, una completa inocencia en lo que concernía a "los hechos de la vida" y una fuerte timidez que la hacían replegarse en presencia de extraños. Esos tres factores permitían aventurar que no le resultaría fácil asumir su matrimonio, que debía celebrarse en Compiègne el 9 de agosto de 1832. La perspectiva de verse separada de sus padres y hermanos, casada con un hombre por quien no sentía nada y enviada a un lugar completamente desconocido en la que se vería rodeada de gente que esperaría de ella una perfecta interpretación del papel de reina le infundía el lógico pavor. En consecuencia, a medida que se aproximaba el día del casamiento, se la veía más ojerosa y pálida.



A decir verdad, las fiestas previas al casamiento celebradas en las Tuilleries tuvieron un ribete más alegre que la boda en sí misma. Durante la ceremonia, Leopold mantuvo el gesto serio y adusto; quizá era comprensible su actitud si se tomaba en cuenta que la novia parecía un alma en pena, mientras que el padre de ella apenas lograba mantener el tipo, la madre de ella lloraba sin rebozo y los hermanos sostenían a las hermanas, profundamente afligidas. La consternación de los Orléans por fuerza debía incomodar e incluso violentar a Leopold. Se diría que era Hades rapsando a Perséfone para llevarla al infierno, en vez de un monarca perfectamente civilizado que haría a esa princesa su reina consorte. 


Para rematar la situación, la reina Marie Amelie se había visto en la tesitura de tener que explicarle a Louise Marie lo que significaba "consumar el matrimonio". Mujer extremadamente religiosa, Marie Amelie había mantenido a sus tres hijas a buen resguardo de cualquier conocimiento acerca de ese aspecto de la vida. Louise Marie, Marie y Clémentine eran unas cándidas palomas. Ahora, para Marie Amelie había resultado un trago proporcionar a Louise Marie una idea, siquiera aproximada, de lo que representaría la noche de bodas. Louise Marie no sólo estaba afectada por el casamiento, sino asustada por lo que vendría después de la doble ceremonia (el obispo de Meaux ofició según el rito católico, pero a continuación hubo una boda calvinista, la religión de él, dirigida por el pastor Goepp) y del preceptivo banquete. A la hora de retirarse a los aposentos, sus nervios estallaron en una verdadera llantina. Arrojándose en brazos de su madre, le suplicó que la acompañase y no la dejase sola con el marido. La escena trastornó considerablemente a Marie Amelie. En cuanto a Leopold, probablemente tenía ganas de propinarle una sacudida a aquella "melindrosa y escrupulosa muchacha". 


Leopold había consumido toda su ternura y delicadeza con la primera esposa, Charlotte princesa de Gales. A Charlotte la había cortejado antes de la boda y la había seducido cuidadosamente después del casamiento; el resultado fue una perfecta amalgama de conveniencia y amor, por parte de él, hacia su mujer, que comía en la palma de su mano. Pero Charlotte había muerto, llevándose consigo los mejores momentos de Leopold junto con la expectativa de ocupar el trono inglés. Su posterior relación con Lina Bauer había sido satisfactoria, porque ambos sabían perfectamente lo que se traían entre manos a pesar de que las cosas se hubiesen embrollado de manera lamentable debido a la firma del "contrato privado". En relación con Louise Marie, Leopold no estaba dispuesto a poner más empeño del necesario. Se trataba, meramente, de un enlace dinástico. Un buen enlace dinástico, en concreto, tanto por lo que les tocaba a los Saxe-Coburg-Gotha como por lo que les tocaba a los Orléans. 


Desde la perspectiva de Leopold, Louise Marie tendría que contentarse con que el intercambio de votos la hubiesen metamorfoseado en la primera reina de Bélgica. Era responsabilidad de los padres, específicamente de la madre, haberla preparado para aceptar la realidad del matrimonio en todos los aspectos. 


La conmoción sufrida por Louise Marie en su noche de bodas no tenía nada de particular. Muchas otras novias de la época, criadas en una completa ignorancia sexual, habían tenido que apurar el mismo "mal trago". Algunas recibían el privilegio de maridos suficientemente pacientes, atentos y cariñosos, pero incluso en esos casos podía ocurrir que ellos diesen por descontado que las primeras experiencias en la cama eran dolorosas e insatisfactorias para cualquier jovencita decente, no echada a perder. Por supuesto, las cosas empeoraban cuando se sumaban un marido despreocupado o indiferente hacia los "delicados sentimientos" de la virgen que se les ponía por delante una vez recibidas las oportunas bendiciones. 


Louise Marie se dispuso a emprender su nueva existencia de mujer casada con bastante aprensión. Llegó a Laeken, en Bruselas, bajo una fuerte tensión. En ese punto, Leopold sí ofreció el necesario soporte emocional. En sus cartas a su amiga Antonine de Celles, Louise Marie reconoció que su marido se había portado con mucho tacto, presentándola a cuántos habían acudido a cumplimentarles y permaneciendo contínuamente a su lado porque tenía conciencia de la dificultad para relacionarse con desconocidos de su reciente esposa. Louise Marie se estableció poco a poco en sus aposentos, a medida que adquiría desenvoltura en aquella corte que no tenía nada que ver con la francesa.



Poco después, Leopold llevó a Louise Marie a Inglaterra. Se trataba de una de las frecuentes visitas de él a su hermana Viktoria, duquesa viuda de Kent, y a la adolescente hija de ésta, Alexandrina Victoria, llamada Drina. Leopold siempre había considerado uno de sus principales deberes atender a su hermana Viktoria...y no perder de vista la formación de Drina. Al fín y al cabo, Drina ocuparía el trono británico que hubiera sido de Charlotte de no haberse malogrado esa princesa. 


Drina experimentaba una fervorosa adoración por tío Leopold. En su opinión, bastante parcial, no existía sobre la faz de la tierra hombre más gallardo, más atento y más delicado que aquel hermano de su madre. Evidentemente, estaba dispuesta a mostrarse cauta, recelosa y llegado el caso bastante crítica con la flamante esposa de Leopold, que sólo le sacaba seis años de ventaja. Pero "Tante Louise" logró que las prevenciones de Drina se disolviesen casi al instante. En primera instancia, Drina se fijó en la "mirada angelical", la dulce sonrisa y la gracia con la que lucía sus modelos la nueva reina de Bélgica. Después, advertiría que Louise combinaba la vivacidad y la alegría de vivir de una muchachita de dieciséis años con el claro discernimiento y sentido común de una mujer de treinta años. Las entradas en el Diario de Drina se convirtieron en un caudaloso río de alabanzas a "Tante Louise". 




En lo que concernía a su principal deber, Louise Marie empezó a cumplir pronto. Dos meses después de su boda, se quedó embarazada. La gestación se desarrolló sin complicaciones, llevándola a un parto con feliz resultado el 24 de julio de 1834. Se trataba de un varón, lo que hizo que Leopold se mostrase abiertamente exultante. En la pila bautismal, recibiría los nombres de Louis-Philippe Léopold Victor Ernest, pero, para Louise Marie enseguida se convirtió en Babychou, también Babochon. 


Por desgracia, Babychou se malogró. Una fuerte inflamación de las vías respiratorias le provocó la muerte, a mediados de mayo de 1835. Perder un hijo de diez meses de edad tuvo un efecto devastador tanto en Leopold como en Louise Marie. No obstante, Louise Marie confió a su madre Marie Amelie que Leopold había sufrido quizá más porque esa pérdida había reavivado en su memoria las imágenes del terrible parto de Charlotte de Gales, que había derivado en un hijo nacido para ser amortajado y en la casi inmediata defunción de la muchacha que le había puesto en el mundo. Marie Amelie, la consternada abuela materna de Babychou, confiaba en que Dios aligerase la pesadumbre enviándoles pronto otro saludable niño. En eso, Dios atendió los ruegos de la gran dama: hacia el mes de julio, Louise Marie concibió por segunda vez. 


Otro varón, Léopold Louis Philippe Marie Victor, nació el 9 de abril de 1835. Leopold estaba, de nuevo, eufórico. Las medidas de precaución y los cuidados que se tomaron superaban lo que se hubiera considerado "razonable", porque el gran miedo de aquel monarca consistia en perder también a ese hijo que representaba el futuro de su dinastía. La necesidad de garantizar la sucesión llevó a Leopold a retomar la intimidad con Louise Marie en cuanto fue posible, sin perder ni un día más de los requeridos por los médicos. Pero hasta mediados de 1836, Louise Marie no volvió a embarazarse. Por suerte para ella, el nuevo parto, que se produjo en marzo de 1837, le permitió presentar a Leopold otro príncipe: Philippe Eugène Ferdinand Marie Clément Baudouin Léopold Georges, futuro conde de Flandes. 


Marie Charlotte Amélie Augustine Victoire Clémentine Léopoldine, la niña, se hizo esperar hasta junio de 1840




De los tres hijos de Leopold y Louise Marie, sólo el mayor, Léopold, a quien denominaban sencillamente Leo, parece haber hecho gala de un carácter difícil, en ocasiones turbulento, desde la infancia. Es probable que, en gran medida, se resintiese del hecho de que sus padres nunca dejaban de lamentar amargamente la pérdida de su primogénito, Louis-Philippe, Babychou. De alguna forma, enseguida tuvo la penosa sensación de que lo único que parecía hacerle especial -su condición de heredero de la dinastía- lo debía al hecho de que su hermano mayor se hubiese malogrado. Por otra parte, se sentía poco querido por comparación con sus hermanos menores. 


Louise Marie mostraba especial ternura por Philippe, apodado "Lipchen". Lipchen era el "más Orléans", en cuanto a su aspecto, en cuanto a su amor precoz hacia los libros, en cuanto a su temperamento sensible y artístico...e incluso en cuanto a una progresiva sordera. Los casos de sordera formaban parte del historial médico de los Orléans, no de los Saxe-Coburg-Gotha. Pero esa combinación de factores hacía inevitable que Louise Marie asumiese una actitud más cariñosa y protectora a propósito de Lipchen. 


En lo que atañía a Leopold, su favorita indiscutible era Charlotte, "Trésor". Le enorgullecía la viva inteligencia de la pequeña, capaz de expresarse con sorprendente fluidez, haciendo uso de una riqueza de vocabulario que no se correspondía con sus pocos años. La niña se comportaba siempre como "una princesita". Habían podido darle el capricho de presidir la mesa de los adultos coincidiendo con su cuarto cumpleaños porque realmente sabían que no desentonaría en absoluto. Cuando acudía a los oficios religiosos de la catedral de Santa Gúdula, admiraba a todos por su perfecta compostura. Esa formalidad inherente a su persona se refleja maravillosamente en una cartita que dirigió a su prima hermana Drina, para entonces ya la reina Victoria I de Inglaterra, teniendo apenas ocho años de edad. Victoria I, que sentía un enorme afecto por su primita Charlotte, había enviado a la niña una preciosa muñeca, elaborada por un auténtico artista, destinada a convertirse en una pieza de coleccionista. Charlotte había aprendido a mostrarse agradecida. Enseguida se sentó y, pluma en diestra, compuso una breve pero elocuente misiva dirigida a Victoria en la que empezaba manifestándole cuánto le había agradado el obsequio. A continuación, añadía: 


"Todas las mañanas visto a mi muñeca y le doy un buen desayuno: al día siguiente de su llegada, ofrecí una recepción a la que asistieron todas mis muñecas. Te pido, mi queridísima prima, que tengas la amabilidad de expresarles mi cariño a mis primos y considérame siempre tu más amante prima". 


Nadie podía echarle en cara a Charlotte la falta de unos modales encantadores. Estaba acostumbrada, por demás, a que la rodeasen de cariñosa admiración. En Laeken, nadie dejaba de mimarla. Frecuentemente, además, viajaban a Francia o a Coburgo, para visitar a la familia materna o al extenso clan paterno. Fuese dónde fuese, se la acogía con franca delectación. 


En Francia, en las Tuilleries, Louis Philippe y Marie Amelie se volvían locos de contento cuando Louise Marie llegaba con sus criaturas. Entre 1832, año del casamiento de Louise Marie con Leopold y 1848, en el cual Charlotte alcanzó los ocho años de edad, varios acontecimientos habían causado aflicción a la bondadosa y pía Marie Amelie...




En Rosenau, Coburgo, Charlotte también se consideraba "en casa". E igualmente estaría contenta durante sus frecuentes viajes a Inglaterra, dónde reinaba su prima Victoria con su primo Albert en calidad de consorte. Ciertamente, Inglaterra se convertiría en un destino preferente a partir de 1848 porque también acogería a todos los Orléans. Pero esa, desde luego, era otra historia. Una historia triste. 


Hacia 1848, se cernía sobre Europa una atmósfera densa, cargada, ominosa. Las tensiones sociales estaban a la orden del día, lo que no hacía presagiar nada bueno. Leopold rey de Bélgica se consideraba razonablemente seguro, debido a su cuidadoso gobierno en una pequeña nación. Pensaba, asimismo, que nada acaecería en Inglaterra, pues Victoria se ajustaba como un guante a su papel de monarca constitucional y Albert se privaba de interferir (por mucho que le doliese el orgullo masculino, desde el principio habían quedado claras las limitaciones en el papel del marido de la soberana). A esas alturas, sin embargo, Leopold tenía que tomar en cuenta también Portugal, un reino en el que había otra joven monarca, María II, a la que había conseguido "endosarle felizmente" un esposo Saxe-Coburg: Ferdinand, hijo de Ferdinand (hermano de Leopold) con la riquísima princesa húngara Maria Antonia Koháry de Csábrág. 


Pero, sobre todo, había un mal presentimiento respecto a Francia. Casi existía ya una tradición respecto a que todos los movimientos eclosionaban en París, hasta el punto de que cuando esa capital se constipaba, acababan estornudando el resto de las capitales europeas. Sin embargo, Leopold trataba de conservar el optimismo: si se llegaban a producir algunas revueltas, era de esperar que su suegro se mantuviese en su sitio. 


Ahí, Leopold demostraba escaso conocimiento de su suegro. Louis Philippe había pasado años intentando dominar el temor de que pudiese ocurrirles a él y a su mujer lo mismo que les había pasado a Louis XVI y Marie Antoinette. Aquella posibilidad, por remota que pareciese, se había transformado en la peor de sus pesadillas. En consecuencia, en cuanto se produjeron los primeros disturbios de importancia en París en febrero de 1848, Louis Philippe huyó precipitadamente junto a Marie Amelie, sus hijos, sus nueras y sus nietos. Tan precipitada fue la huída que, de hecho, el soberano llevaba apenas quince francos en un bolsillo; además, a todos se les olvidó una de las nueras, la infanta española Luisa Fernanda, casada con Antoine de Montpensier. Luisa Fernanda tuvo que apañárselas por sí misma para llegar a Inglaterra con dos semanas de retraso respecto a su marido, sus suegros, sus cuñados y sus sobrinos políticos. 


Europa entera se rió a carcajadas ante la facilidad con la que había dejado su trono Louis Philippe. Nunca había gozado de respeto y prestigio en las demás cortes, pero, ahora, hacían mofa de su debilidad, de su falta de agallas, de su afán por salvar el pellejo antes que la corona o incluso el honor. El resto de los soberanos, a medida que las revoluciones sacudían los distintos países, aguantaron bastante mejor el embite.




En Laeken, Louise Marie estaba al borde de la desesperación. La corte belga era, quizá, la única en la que nadie se atrevía a hacer chascarrillos a propósito de los Orléans. No en vano, Louis Philippe y Marie Amelie eran los padres de la reina, a quien se veía sinceramente angustiada por la cadena de acontecimientos. 


Leopold tuvo poca compasión hacia su suegro. Los que se abren camino para alcanzar un trono, opinaba, no lo abandonan a la primera algarada con el rabo entre las piernas. Poca simpatía podía manifestar hacia aquellos suegros que habían cubierto el trayecto de París a Normandía bajo los nombres supuestos de Mr y Mrs Smith. Demasiada vulgaridad para Leopold. Desde luego, Inglaterra se había portado generosamente al acogerles. La reina Victoria, por amor hacia Leopold y Louise Marie, había ofrecido a los padres de ésta la residencia de Claremont, en Surrey. Desde allí, Louis Philippe trataba de justificarse por escrito: "Que más podía haber hecho sino abdicar, cuando ni una mano de aquellos que me apoyaron en el pasado se levantó en mi defensa". Las palabras podían conmover a Louise Marie, pero ella encontraba difícil sostener ese punto de vista delante del ceñudo Leopold. 


Charlotte compartía la visión de su padre: los auténticos reyes no abdicaban. Pero, por cariño a su madre, se abstenía de criticar a aquellos abuelos caídos en desgracia a ojos del mundo. Bastante tenía Louise Marie con darse cuenta de que otro pensamiento flotaba en torno a la cabeza de Leopold: éste se reprochaba haber concertado tantos casamientos con los Orléans, ahora carentes de relieve. Una cosa era haberse casado él mismo con Louise Marie. Pero otra cosa era haber tenido la "estúpida" ocurrencia de casar a dos de los hijos de su hermano Ferdinand y de Maria Antonia Koháry de Csábrág con dos hermanos de Louise Marie. Porque, efectivamente, Leopold no sólo había maniobrado hábilmente para que Ferdinand, el primogénito de la rama Saxe-Coburg-Gotha-Koháry, se convirtiese en el marido de la reina María II de Portugal; también había considerado ventajoso casar a Augusto con la princesa Clémentine de Orléans (la que hubiera deseado ser reina no lo había logrado) mientras que Victoire, la única chica, se casaba con Louis duque de Nemours. 


Louise Marie era lo suficientemente perspicaz para comprender cuánto se habían devaluado esas bodas Orléans de los sobrinos de Leopold. Pero, desde luego, le apenaba darse perfecta cuenta de que su marido lamentaba haber "malgastado" a Augusto y Victoire entregándolos a dos príncipes que, a fín de cuentas, eran queridísimos hermanos para ella. A pesar de los pesares, Louise Marie se mantuvo serena y digna. De su boca jamás salió ni un leve reproche, ni una ligera crítica, hacia su marido Leopold.




Louise Marie fue declinando a lo largo de 1848 y 1849. A su débil constitución física no le ayudaban en absoluto aquellas fuertes tensiones nerviosas; no probar bocado en varios días y no pegar ojo minaban un organismo en el que permanecía larvada una tuberculosis como la que había segado la vida de su hermana Marie princesa de Württemberg. 


En 1849, Louise Marie asumió un viaje a Inglaterra. Los médicos le habían recomendado consultar con un prestigioso galeno británico. En realidad, aquella era una excusa perfecta para que la reina de los belgas pudiese ver con sus propios ojos cómo se encontraban sus padres y hermanos. Cosa muy natural, le preocupaba especialmente Louis Philippe, pues Marie Amelie, en sus extensas cartas, le había confesado cuánto la afligía ver a su marido corroído por el remordimiento y la vergüenza de su abdicación. 


La visita de Louise Marie, no obstante, no aligeró ni una pizca la pesadumbre de Marie Amelie. Ésta se quedó literalmente horrorizada al tener frente a sí a la mayor de sus hijas, debido al increíble deterioro físico que se manifestaba en ella. Estaba tan delgada que las ropas colgaban tristemente sobre sus huesos, el pelo caía sin lustre en torno a un rostro de rasgos penosamente afilados, la tez se veía mortecina. Marie Amelie tembló de la cabeza a los pies. Veía repetirse, en Louise Marie, la terrible consunción que había matado a Marie en Pisa diez años atrás. Que el afamado doctor a cuya consulta acudió Louise Marie diagnosticase simplemente una "gastritis" no convenció en absoluto a Marie Amelie. 


Pero al retornar Louise Marie a Bruselas, Marie Amelie hubo de centrarse por entero en Louis Philippe. Éste se descomponía paulatinamente, hasta producirse la defunción el 26 de agosto de 1850. Por entonces, Marie Amelie podía recordar cuarenta y un años de excelente matrimonio; independientemente de si su marido había estado o no a la altura de las circunstancias históricas, para ella había sido el hombre a quien había amado hasta el fín. Sus hijos y nietos presentes en suelo inglés se arracimaban en torno a ella. Louise Marie, no obstante, recibió la noticia en Laeken. Enterarse tuvo un efecto devastador en ella. 


A medida que avanzaba septiembre, se hizo evidente que Louise Marie estaba gravemente enferma. Sus hijos Leo, Lipchen y Charlotte sufrían considerablemente al ver a su madre sacudida por toses que la dejaban exhausta; estaba tan débil que necesitaba que la sostuviesen mientras bajaba o subía las escaleras, hasta el punto de que, al final, prefería quedarse casi confinada en sus aposentos. Para mayor bochorno de aquella mujer, surgieron diarreas casi incesantes. Se sentía al límite de la vida; hubiera dado cualquier cosa por evitarles a sus hijos aquella visión de la madre a la que los tres adoraban. En cuanto a Leopold, Louise Marie no sabía si entristecerse por el hecho de que él visitase cada vez más asiduamente a Arcadie von Eppinghoven. Las visitas tenían un nuevo sentido, porque Arcadie había proporcionado al rey un hijo bastardo en 1849: Georges von Eppinghoven. 


En esa tesitura, Leopold tomó una decisión arriesgada: enviar a Louise Marie a Ostende. Ciertamente, la soberana había manifestado a lo largo de los años una profunda inclinación hacia su residencia de Ostende, situada a orillas del mar. Pero era cuando menos osado introducir a aquella mujer en un carruaje para que resistiese cuatro horas largas de viaje. Desde luego, para el momento en que Louise Marie se halló en Ostende, se sentía lo bastante cerca de la muerte para pedir que se avisase a su madre Marie Amelie. 


Marie Amelie no perdió tiempo. Enseguida se puso en camino desde Claremont a Ostende, realizando solamente las escalas estrictamente necesarias. Tenía el corazón en un puño, pues no quería que su hija se consumiera sin que ella pudiese sostenerla entre sus brazos. En ese sentido, la ex reina francesa vió cumplida su esperanza de llegar a tiempo: Louise Marie fallecería el 11 de octubre, con su madre y algunos de sus hermanos en torno a su lecho.











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