Nuestra Louise Marie apenas conoció a su abuela materna, María Carolina. Esa gran señora falleció cuando la niña contaba dos añitos de edad, en septiembre de 1814. Para entonces, Louis Philippe y Marie Amelie se encontraban en el Palais Royal de París, pues habían conseguido romper la maldición del exilio; se habían establecido unos meses atrás en la capital francesa, junto a su primogénito, Ferdinand-Philippe, y las dos niñas, Louise Marie y Marie, una hermanita que nuestra protagonista había tenido con apenas doce meses de edad. De hecho, en septiembre de 1814, al producirse el deceso de María Carolina, Marie Amelie se hallaba en avanzadísimo estado de gestación: en octubre daría a luz al cuarto de sus retoños, Louis, futuro duque de Nemours. Por tanto, Louise Marie jamás pudo sentarse en el regazo de la abuela María Carolina para que ésta le relatase "las viejas historias". Pero, si hubiese ocurrido, seguramente la primera de "las viejas historias" que María Carolina le hubiese narrado a su nieta hubiese girado en torno a una tía abuela de la criatura: Marie Antoinette, la última reina de los franceses, guillotinada después de una tenebrosa etapa de reclusión en el Temple.
En realidad, Louise Marie tuvo que enterarse, en algún momento, de la "peculiaridad dinástica" que representaba el matrimonio de sus padres. Su madre, Marie Amelie, había crecido en la corte siciliana con constantes referencias a la tía Marie Antoinette, que había sido la queridísima hermana menor de María Carolina. Evidentemente, María Carolina había transmitido a sus hijos, incluyendo esa hija, la animadversión hacia los Orléans habían traicionado vilmente a Louis XVI y Marie Antoinette. Al recibir noticia de que se le había sentenciado a morir en la guillotina, Louis XVI se reservó sus emociones; sin embargo, no pudo evitar que la tristeza y la amargura flotasen en su mirada en el momento en que se le especificó que entre quienes habían votado a favor de la ejecución estaba su primo Philippe duque de Orléans, que, a aquellas alturas, se hacía llamar Philippe Egalité. Con esos mimbres, no tiene nada de extraño que María Carolina hubiese puesto el grito en el cielo cuando su hija Marie Amelie, cercana a la treintena, destinada a quedarse para vestir santos, se enamoró fervientemente de Louis Philippe de Orléans, hijo varón de Philippe Egalité.
Louis Philippe y Marie Amelie, no obstante, conformaron una pareja sorprendentemente feliz. La propia María Carolina, mal predispuesta hacia su yerno Orléans, admitió poco después de la boda que su hija y su yerno no tenían nada, eran pobres como ratas (según los estándares de la realeza), pero se mostraban enamorados y entusiasmados por el hecho de compartir sus vidas. Si Louis Philippe cometió alguna vez algún desliz, lo hizo de modo tan increíblemente discreto que jamás existió ni un levísimo rumor. A ojos del mundo entero, Louis Philippe rodeaba de atenciones y delicadezas a Marie Amelie, la "más amante y solícita" de las esposas. Los dos establecieron su hogar contando con la hermana solterona de él, la egregia Madame Adelaïde. Madame Adelaïde jugaría un papel significativo en la crianza de sus sobrinos, particularmente de sus sobrinas.
Pero centremos la atención en Louise Marie, nieta de Philippe Egalité a la par que sobrina nieta de Marie Antoinette...
En 1814, Louis Philippe y Marie Amelie, como hemos visto, pudieron romper la maldición del exilio. El derrumbe estrepitoso del imperio napoleónico significaba que los Borbones podían retornar a Francia. Así que, conjuntamente con la hermana de él y los tres niños pequeños que habían tenido en tierras sicilianas, los flamantes duques de Orléans fueron a instalarse al Palais Royal de París, lugar en el que Marie Amelie puso en el mundo a Louis, su cuarto vástago. El recien nacido Louis se unía en la nursery a Ferdinand-Philippe, Louise Marie y Marie.
Por entonces, se produjo el gran sobresalto. Napoleón logró huír de la isla de Elba, regresando a Francia para protagonizar la "resurrección" de su imperio. Fue una resurrección de corta duración, que ha pasado a la historia como el imperio de los Cien Días. Pero, desde luego, los Orléans, en cuanto se enteraron de que Napoleón había desembarcado en Marsella procedente de Elba, para dirigir a sus todavía numerosos partidarios hacia París, pusieron pies en polvorosa. Enseguida cruzarían el Canal de la Mancha, buscando refugio en Inglaterra. Una casa solariega rebautizada Orléans House, en Twickenham, se convirtió en el hogar de Louis Philippe, Marie Amelie, Madame Adelaïde y los niños hasta bien entrado el año 1817. De hecho, en Twickenham nació el quinto bebé, una fémina bautizada Françoise que, para gran pesadumbre de los padres, murió en la tierna infancia.
Los Orléans retornaron a Francia a principios de 1817. Para esa época, nuestra Louise Marie estaba a punto de cumplir cinco años, así que ya pudo darse cuenta del nuevo giro en la rueda del destino. Orléans House en Twickenham se transformó en un vago recuerdo en la mente de la niña mientras se acostumbraba a la nueva residencia de la familia: el château de Neuilly, en Neuilly-sur-Seine. Recién instalados en Neully, Marie Amelie tuvo a su sexto bebé: fue una princesita, bautizada con el nombre de Clémentine.
La familia se completó en los años posteriores con el advenimiento de François de Orléans (príncipe de Joinville), Charles de Orléans (duque de Penthièvre), Henri de Orléans (duque de Aumale) y Antoine de Orléans (duque de Montpensier).
Hay que resaltar que Louis Philippe y Marie Amelie, a diferencia de otros padres de la realeza que delegaban por completo el cuidado de sus hijos, se mostraban afectuosos, tiernos, constantemente accesibles y protectores respecto a los niños. Estaban saludablemente orgullosos de sus retoños, a cuya perfecta formación contribuía la tía Madame Adelaïde. Las horas más amargas de ambos surgieron de las muertes prematuras de su hijita Françoise y de su hijito Charles. Pero centraron todas sus atenciones en los que sobrevivieron a la niñez: Ferdinand, Louise Marie, Marie, Louis, Clémentine, François, Henri y Antoine. Cada uno de ellos pudo evocar, con posterioridad, una infancia y una adolescencia sorprendentemente equilabradas, armónicas e incluso dichosas, mérito de la atmósfera doméstica que había sabido crear Marie Amelie en Neuilly.
Pero, retornando a Louise Marie...ella no tenía el menor interés en que la hiciesen reina. Se mostraba conforme, al igual que la hermana que la seguía en edad, manteniéndose bajo el techo de sus padres. Constituían una familia estrechamente unida, en la que no había roces ni fricciones. La mera idea de separarse de ese núcleo amoroso y cálido provocaba temor en Louise Marie o en Marie. Clémentine hubiese batido palmas con las orejas ante una petición mano de cualquier rey. En cambio, Louise Marie se mostró disgustada cuando supo que Leopold I de Bélgica quería casarse con ella, la mayor entre las hijos de esa pareja Louis Philippe-Marie Amelie que finalmente había ascendido al trono de Francia.
Louis Philippe, duque de Orleáns, había sido elevado a la dignidad de
« lieutenant-général du royaume » por Charles X coincidiendo con la abdicación de éste. Completamente acosado, sin nadie en quien apoyarse, el ultraconservador monarca Charles X había tomado la decisión de renunciar a su trono, en contra del parecer del mayor de sus hijos, el "dauphin" Louis. Charles X mantenía una relación cuando menos difícil con su hijo Louis, el "dauphin"; de hecho, sus preferencias siempre se habían dirigido hacia el hermano menor de éste, Charles Ferdinand, duque de Berry, que guardaba un gran parecido, en el aspecto y en el carácter, con su progenitor. A la hora de ceder su corona, Charles X lo hizo en favor de su nieto Henri, hijo de los duques de Berry. La duquesa de Berry, Caroline, una medio hermana mayor de Marie Amelie duquesa de Orléans, pelearía bravamente para sostener ese derecho de su pequeño.
Para asegurar la ascensión de su nieto Henri, Charles X había hecho « lieutenant-général du royaume » a su pariente Louis Philippe duque de Orléans. Se trató de un craso error de cálculo por su parte. Louis Philippe tenía sus propias aspiraciones y sólo había aguardado que se presentase la ocasión para poder pillarla al vuelo. Le constaba que en la Asamblea Nacional, no había partidarios dispuestos a batirse el cobre por un rey Henri nieto del denostado Charles X. En la Asamblea Nacional, de hecho, existía una dura pugna interna, porque los que temían más que nada una nueva República sabían no obstante que sólo podrían ofrecerle al pueblo una monarquía absolutamente remozada. La Cámara se dispuso a hacer soberano a Louis Philippe de Orléans, de probado liberalismo. Éste no luciría el título tradicional de rey de Francia, sino el de rey de los franceses; estaría completamente vinculado a una constitución de corte liberal, con una fuerte vocación populista. Así surgió la llamada "Monarquía de Julio".
Ese peculiar ascenso al trono de Louis Philippe cayó a cuerno quemado en la inmensa mayoría de las cortes europeas, por no decir en todas. Los monárquicos tradicionales franceses estaban igualmente horrorizados por la "usurpación" de aquel hombre, que tenía por principal damnificado al pequeño Henri, conde de Chambord. A partir de entonces, los legitimistas se aglutinarían en torno al conde de Chambord y a la enérgica madre de éste, la duquesa de Berry, que, como hemos visto, era medio hermana de la consorte de Louis Philippe. Visto ese percal, no tiene nada de extraño que Marie Amelie hubiese dicho entre lágrimas que el acceso a la corona de su marido había sido una "catástrofe"; aunque ella se refería más bien a que ya no podría residir tranquilamente con sus hijos en Neuilly-sur-Seine, puesto que se esperaba que se instalase, con la necesaria pompa y circunstancia, en el palacio de las Tuilleries.
La posición de los hijos de la pareja había variado sustancialmente. En primer lugar, su primogénito, Ferdinand-Philippe, era, ahora, el príncipe real, heredero de la corona que ceñía las sienes de Louis Philippe. Las expectativas de futuro se incrementaban sustancialmente respecto a los varones, pero también por lo que se refería a las tres princesas. No obstante, el asunto de los futuros matrimonios de esos vástagos estaba envuelto en ciertas dudas. Al fín y al cabo, la mayoría de las cortes europeas no estaban dispuestas a aliarse mediante casamientos con la controvertida rama Orléans.
Leopold de Bélgica fue el primer pretendiente "de fuste" que surgió en escena. Él mismo, ya lo hemos visto, había alcanzado el trono de un país no por proceder de un linaje que lo hubiese detentado a través de generaciones. Los belgas se habían "secesionado", asestando un duro golpe a los monarcas holandeses, para conformarse como una pequeña nación. Necesitaban un príncipe al que hacer rey. Leopold de Saxe-Coburg-Gotha parecía el más apropiado, gracias a la trayectoria y a las conexiones adquiridas. Lo cierto es que, hacia 1831, Leopold constituía un elemento poderoso en la escena política europea. Porque él reinaba en Bélgica, pero porque, además, se trataba del tío carnal por vía materna de la princesa Alexandrina Victoria de Kent, heredera de Inglaterra.
Necesitando reforzar sus lazos con Francia, Leopold solicitó la mano de Louise Marie. Ni Louis Philippe ni Marie Amelie tenían prisa por desprenderse de su hija: por su gusto, hubiesen conservado intacto el núcleo familiar varios años más. Sin embargo, ahora Louise Marie era una princesa de Francia. No se podía descartar el enlace que proponía Leopold I de Bélgica. Marie Amelie, que no había deseado nunca transformarse en reina, estaba al tanto de que Louise Marie tampoco soñaba con interpretar semejante papel. Pero una dama de sangre real fluyendo por las venas sabía plegarse a los designios de la Providencia.
En cuanto a la propia Louise Marie, no podía decirse que "conociese" a Leopold, pero había coincidido con él en alguna ocasión muchos años atrás. Leopold había visitado a los Orléans durante el período de exilio de éstos en Orléans House, en Twickenham. Posteriormente, se había producido algún otro encuentro en Neuilly-sur-Seine. Louise Marie, una niña, no se había quedado con una impresión favorable de Leopold, a quien juzgaba un individuo frío y distante. Antoinette-Denise de Grimoard y Antonine de Celles, ambas amigas de Louise Marie, recibieron confidencias de ésta en el sentido de que lamentaba tener que comprometerse de por vida con un hombre que le resultaba tan indiferente como cualquier otro con quien se cruzase de forma casual en las calles parisinas.
Entre los rasgos distintivos de aquella Louise Marie de veinte años, figuraban un acendrado amor a su familia, una completa inocencia en lo que concernía a "los hechos de la vida" y una fuerte timidez que la hacían replegarse en presencia de extraños. Esos tres factores permitían aventurar que no le resultaría fácil asumir su matrimonio, que debía celebrarse en Compiègne el 9 de agosto de 1832. La perspectiva de verse separada de sus padres y hermanos, casada con un hombre por quien no sentía nada y enviada a un lugar completamente desconocido en la que se vería rodeada de gente que esperaría de ella una perfecta interpretación del papel de reina le infundía el lógico pavor. En consecuencia, a medida que se aproximaba el día del casamiento, se la veía más ojerosa y pálida.
A decir verdad, las fiestas previas al casamiento celebradas en las Tuilleries tuvieron un ribete más alegre que la boda en sí misma. Durante la ceremonia, Leopold mantuvo el gesto serio y adusto; quizá era comprensible su actitud si se tomaba en cuenta que la novia parecía un alma en pena, mientras que el padre de ella apenas lograba mantener el tipo, la madre de ella lloraba sin rebozo y los hermanos sostenían a las hermanas, profundamente afligidas. La consternación de los Orléans por fuerza debía incomodar e incluso violentar a Leopold. Se diría que era Hades rapsando a Perséfone para llevarla al infierno, en vez de un monarca perfectamente civilizado que haría a esa princesa su reina consorte.
Para rematar la situación, la reina Marie Amelie se había visto en la tesitura de tener que explicarle a Louise Marie lo que significaba "consumar el matrimonio". Mujer extremadamente religiosa, Marie Amelie había mantenido a sus tres hijas a buen resguardo de cualquier conocimiento acerca de ese aspecto de la vida. Louise Marie, Marie y Clémentine eran unas cándidas palomas. Ahora, para Marie Amelie había resultado un trago proporcionar a Louise Marie una idea, siquiera aproximada, de lo que representaría la noche de bodas. Louise Marie no sólo estaba afectada por el casamiento, sino asustada por lo que vendría después de la doble ceremonia (el obispo de Meaux ofició según el rito católico, pero a continuación hubo una boda calvinista, la religión de él, dirigida por el pastor Goepp) y del preceptivo banquete. A la hora de retirarse a los aposentos, sus nervios estallaron en una verdadera llantina. Arrojándose en brazos de su madre, le suplicó que la acompañase y no la dejase sola con el marido. La escena trastornó considerablemente a Marie Amelie. En cuanto a Leopold, probablemente tenía ganas de propinarle una sacudida a aquella "melindrosa y escrupulosa muchacha".
Leopold había consumido toda su ternura y delicadeza con la primera esposa, Charlotte princesa de Gales. A Charlotte la había cortejado antes de la boda y la había seducido cuidadosamente después del casamiento; el resultado fue una perfecta amalgama de conveniencia y amor, por parte de él, hacia su mujer, que comía en la palma de su mano. Pero Charlotte había muerto, llevándose consigo los mejores momentos de Leopold junto con la expectativa de ocupar el trono inglés. Su posterior relación con Lina Bauer había sido satisfactoria, porque ambos sabían perfectamente lo que se traían entre manos a pesar de que las cosas se hubiesen embrollado de manera lamentable debido a la firma del "contrato privado". En relación con Louise Marie, Leopold no estaba dispuesto a poner más empeño del necesario. Se trataba, meramente, de un enlace dinástico. Un buen enlace dinástico, en concreto, tanto por lo que les tocaba a los Saxe-Coburg-Gotha como por lo que les tocaba a los Orléans.
Desde la perspectiva de Leopold, Louise Marie tendría que contentarse con que el intercambio de votos la hubiesen metamorfoseado en la primera reina de Bélgica. Era responsabilidad de los padres, específicamente de la madre, haberla preparado para aceptar la realidad del matrimonio en todos los aspectos.
La conmoción sufrida por Louise Marie en su noche de bodas no tenía nada de particular. Muchas otras novias de la época, criadas en una completa ignorancia sexual, habían tenido que apurar el mismo "mal trago". Algunas recibían el privilegio de maridos suficientemente pacientes, atentos y cariñosos, pero incluso en esos casos podía ocurrir que ellos diesen por descontado que las primeras experiencias en la cama eran dolorosas e insatisfactorias para cualquier jovencita decente, no echada a perder. Por supuesto, las cosas empeoraban cuando se sumaban un marido despreocupado o indiferente hacia los "delicados sentimientos" de la virgen que se les ponía por delante una vez recibidas las oportunas bendiciones.
Louise Marie se dispuso a emprender su nueva existencia de mujer casada con bastante aprensión. Llegó a Laeken, en Bruselas, bajo una fuerte tensión. En ese punto, Leopold sí ofreció el necesario soporte emocional. En sus cartas a su amiga Antonine de Celles, Louise Marie reconoció que su marido se había portado con mucho tacto, presentándola a cuántos habían acudido a cumplimentarles y permaneciendo contínuamente a su lado porque tenía conciencia de la dificultad para relacionarse con desconocidos de su reciente esposa. Louise Marie se estableció poco a poco en sus aposentos, a medida que adquiría desenvoltura en aquella corte que no tenía nada que ver con la francesa.
Poco después, Leopold llevó a Louise Marie a Inglaterra. Se trataba de una de las frecuentes visitas de él a su hermana Viktoria, duquesa viuda de Kent, y a la adolescente hija de ésta, Alexandrina Victoria, llamada Drina. Leopold siempre había considerado uno de sus principales deberes atender a su hermana Viktoria...y no perder de vista la formación de Drina. Al fín y al cabo, Drina ocuparía el trono británico que hubiera sido de Charlotte de no haberse malogrado esa princesa.
Drina experimentaba una fervorosa adoración por tío Leopold. En su opinión, bastante parcial, no existía sobre la faz de la tierra hombre más gallardo, más atento y más delicado que aquel hermano de su madre. Evidentemente, estaba dispuesta a mostrarse cauta, recelosa y llegado el caso bastante crítica con la flamante esposa de Leopold, que sólo le sacaba seis años de ventaja. Pero "Tante Louise" logró que las prevenciones de Drina se disolviesen casi al instante. En primera instancia, Drina se fijó en la "mirada angelical", la dulce sonrisa y la gracia con la que lucía sus modelos la nueva reina de Bélgica. Después, advertiría que Louise combinaba la vivacidad y la alegría de vivir de una muchachita de dieciséis años con el claro discernimiento y sentido común de una mujer de treinta años. Las entradas en el Diario de Drina se convirtieron en un caudaloso río de alabanzas a "Tante Louise".
En lo que concernía a su principal deber, Louise Marie empezó a cumplir pronto. Dos meses después de su boda, se quedó embarazada. La gestación se desarrolló sin complicaciones, llevándola a un parto con feliz resultado el 24 de julio de 1834. Se trataba de un varón, lo que hizo que Leopold se mostrase abiertamente exultante. En la pila bautismal, recibiría los nombres de Louis-Philippe Léopold Victor Ernest, pero, para Louise Marie enseguida se convirtió en Babychou, también Babochon.
Por desgracia, Babychou se malogró. Una fuerte inflamación de las vías respiratorias le provocó la muerte, a mediados de mayo de 1835. Perder un hijo de diez meses de edad tuvo un efecto devastador tanto en Leopold como en Louise Marie. No obstante, Louise Marie confió a su madre Marie Amelie que Leopold había sufrido quizá más porque esa pérdida había reavivado en su memoria las imágenes del terrible parto de Charlotte de Gales, que había derivado en un hijo nacido para ser amortajado y en la casi inmediata defunción de la muchacha que le había puesto en el mundo. Marie Amelie, la consternada abuela materna de Babychou, confiaba en que Dios aligerase la pesadumbre enviándoles pronto otro saludable niño. En eso, Dios atendió los ruegos de la gran dama: hacia el mes de julio, Louise Marie concibió por segunda vez.
Otro varón, Léopold Louis Philippe Marie Victor, nació el 9 de abril de 1835. Leopold estaba, de nuevo, eufórico. Las medidas de precaución y los cuidados que se tomaron superaban lo que se hubiera considerado "razonable", porque el gran miedo de aquel monarca consistia en perder también a ese hijo que representaba el futuro de su dinastía. La necesidad de garantizar la sucesión llevó a Leopold a retomar la intimidad con Louise Marie en cuanto fue posible, sin perder ni un día más de los requeridos por los médicos. Pero hasta mediados de 1836, Louise Marie no volvió a embarazarse. Por suerte para ella, el nuevo parto, que se produjo en marzo de 1837, le permitió presentar a Leopold otro príncipe: Philippe Eugène Ferdinand Marie Clément Baudouin Léopold Georges, futuro conde de Flandes.
Marie Charlotte Amélie Augustine Victoire Clémentine Léopoldine, la niña, se hizo esperar hasta junio de 1840
De los tres hijos de Leopold y Louise Marie, sólo el mayor, Léopold, a quien denominaban sencillamente Leo, parece haber hecho gala de un carácter difícil, en ocasiones turbulento, desde la infancia. Es probable que, en gran medida, se resintiese del hecho de que sus padres nunca dejaban de lamentar amargamente la pérdida de su primogénito, Louis-Philippe, Babychou. De alguna forma, enseguida tuvo la penosa sensación de que lo único que parecía hacerle especial -su condición de heredero de la dinastía- lo debía al hecho de que su hermano mayor se hubiese malogrado. Por otra parte, se sentía poco querido por comparación con sus hermanos menores.
Louise Marie mostraba especial ternura por Philippe, apodado "Lipchen". Lipchen era el "más Orléans", en cuanto a su aspecto, en cuanto a su amor precoz hacia los libros, en cuanto a su temperamento sensible y artístico...e incluso en cuanto a una progresiva sordera. Los casos de sordera formaban parte del historial médico de los Orléans, no de los Saxe-Coburg-Gotha. Pero esa combinación de factores hacía inevitable que Louise Marie asumiese una actitud más cariñosa y protectora a propósito de Lipchen.
En lo que atañía a Leopold, su favorita indiscutible era Charlotte, "Trésor". Le enorgullecía la viva inteligencia de la pequeña, capaz de expresarse con sorprendente fluidez, haciendo uso de una riqueza de vocabulario que no se correspondía con sus pocos años. La niña se comportaba siempre como "una princesita". Habían podido darle el capricho de presidir la mesa de los adultos coincidiendo con su cuarto cumpleaños porque realmente sabían que no desentonaría en absoluto. Cuando acudía a los oficios religiosos de la catedral de Santa Gúdula, admiraba a todos por su perfecta compostura. Esa formalidad inherente a su persona se refleja maravillosamente en una cartita que dirigió a su prima hermana Drina, para entonces ya la reina Victoria I de Inglaterra, teniendo apenas ocho años de edad. Victoria I, que sentía un enorme afecto por su primita Charlotte, había enviado a la niña una preciosa muñeca, elaborada por un auténtico artista, destinada a convertirse en una pieza de coleccionista. Charlotte había aprendido a mostrarse agradecida. Enseguida se sentó y, pluma en diestra, compuso una breve pero elocuente misiva dirigida a Victoria en la que empezaba manifestándole cuánto le había agradado el obsequio. A continuación, añadía:
"Todas las mañanas visto a mi muñeca y le doy un buen desayuno: al día siguiente de su llegada, ofrecí una recepción a la que asistieron todas mis muñecas. Te pido, mi queridísima prima, que tengas la amabilidad de expresarles mi cariño a mis primos y considérame siempre tu más amante prima".
Nadie podía echarle en cara a Charlotte la falta de unos modales encantadores. Estaba acostumbrada, por demás, a que la rodeasen de cariñosa admiración. En Laeken, nadie dejaba de mimarla. Frecuentemente, además, viajaban a Francia o a Coburgo, para visitar a la familia materna o al extenso clan paterno. Fuese dónde fuese, se la acogía con franca delectación.
En Francia, en las Tuilleries, Louis Philippe y Marie Amelie se volvían locos de contento cuando Louise Marie llegaba con sus criaturas. Entre 1832, año del casamiento de Louise Marie con Leopold y 1848, en el cual Charlotte alcanzó los ocho años de edad, varios acontecimientos habían causado aflicción a la bondadosa y pía Marie Amelie...
En Rosenau, Coburgo, Charlotte también se consideraba "en casa". E igualmente estaría contenta durante sus frecuentes viajes a Inglaterra, dónde reinaba su prima Victoria con su primo Albert en calidad de consorte. Ciertamente, Inglaterra se convertiría en un destino preferente a partir de 1848 porque también acogería a todos los Orléans. Pero esa, desde luego, era otra historia. Una historia triste.
Hacia 1848, se cernía sobre Europa una atmósfera densa, cargada, ominosa. Las tensiones sociales estaban a la orden del día, lo que no hacía presagiar nada bueno. Leopold rey de Bélgica se consideraba razonablemente seguro, debido a su cuidadoso gobierno en una pequeña nación. Pensaba, asimismo, que nada acaecería en Inglaterra, pues Victoria se ajustaba como un guante a su papel de monarca constitucional y Albert se privaba de interferir (por mucho que le doliese el orgullo masculino, desde el principio habían quedado claras las limitaciones en el papel del marido de la soberana). A esas alturas, sin embargo, Leopold tenía que tomar en cuenta también Portugal, un reino en el que había otra joven monarca, María II, a la que había conseguido "endosarle felizmente" un esposo Saxe-Coburg: Ferdinand, hijo de Ferdinand (hermano de Leopold) con la riquísima princesa húngara Maria Antonia Koháry de Csábrág.
Pero, sobre todo, había un mal presentimiento respecto a Francia. Casi existía ya una tradición respecto a que todos los movimientos eclosionaban en París, hasta el punto de que cuando esa capital se constipaba, acababan estornudando el resto de las capitales europeas. Sin embargo, Leopold trataba de conservar el optimismo: si se llegaban a producir algunas revueltas, era de esperar que su suegro se mantuviese en su sitio.
Ahí, Leopold demostraba escaso conocimiento de su suegro. Louis Philippe había pasado años intentando dominar el temor de que pudiese ocurrirles a él y a su mujer lo mismo que les había pasado a Louis XVI y Marie Antoinette. Aquella posibilidad, por remota que pareciese, se había transformado en la peor de sus pesadillas. En consecuencia, en cuanto se produjeron los primeros disturbios de importancia en París en febrero de 1848, Louis Philippe huyó precipitadamente junto a Marie Amelie, sus hijos, sus nueras y sus nietos. Tan precipitada fue la huída que, de hecho, el soberano llevaba apenas quince francos en un bolsillo; además, a todos se les olvidó una de las nueras, la infanta española Luisa Fernanda, casada con Antoine de Montpensier. Luisa Fernanda tuvo que apañárselas por sí misma para llegar a Inglaterra con dos semanas de retraso respecto a su marido, sus suegros, sus cuñados y sus sobrinos políticos.
Europa entera se rió a carcajadas ante la facilidad con la que había dejado su trono Louis Philippe. Nunca había gozado de respeto y prestigio en las demás cortes, pero, ahora, hacían mofa de su debilidad, de su falta de agallas, de su afán por salvar el pellejo antes que la corona o incluso el honor. El resto de los soberanos, a medida que las revoluciones sacudían los distintos países, aguantaron bastante mejor el embite.
En Laeken, Louise Marie estaba al borde de la desesperación. La corte belga era, quizá, la única en la que nadie se atrevía a hacer chascarrillos a propósito de los Orléans. No en vano, Louis Philippe y Marie Amelie eran los padres de la reina, a quien se veía sinceramente angustiada por la cadena de acontecimientos.
Leopold tuvo poca compasión hacia su suegro. Los que se abren camino para alcanzar un trono, opinaba, no lo abandonan a la primera algarada con el rabo entre las piernas. Poca simpatía podía manifestar hacia aquellos suegros que habían cubierto el trayecto de París a Normandía bajo los nombres supuestos de Mr y Mrs Smith. Demasiada vulgaridad para Leopold. Desde luego, Inglaterra se había portado generosamente al acogerles. La reina Victoria, por amor hacia Leopold y Louise Marie, había ofrecido a los padres de ésta la residencia de Claremont, en Surrey. Desde allí, Louis Philippe trataba de justificarse por escrito: "Que más podía haber hecho sino abdicar, cuando ni una mano de aquellos que me apoyaron en el pasado se levantó en mi defensa". Las palabras podían conmover a Louise Marie, pero ella encontraba difícil sostener ese punto de vista delante del ceñudo Leopold.
Charlotte compartía la visión de su padre: los auténticos reyes no abdicaban. Pero, por cariño a su madre, se abstenía de criticar a aquellos abuelos caídos en desgracia a ojos del mundo. Bastante tenía Louise Marie con darse cuenta de que otro pensamiento flotaba en torno a la cabeza de Leopold: éste se reprochaba haber concertado tantos casamientos con los Orléans, ahora carentes de relieve. Una cosa era haberse casado él mismo con Louise Marie. Pero otra cosa era haber tenido la "estúpida" ocurrencia de casar a dos de los hijos de su hermano Ferdinand y de Maria Antonia Koháry de Csábrág con dos hermanos de Louise Marie. Porque, efectivamente, Leopold no sólo había maniobrado hábilmente para que Ferdinand, el primogénito de la rama Saxe-Coburg-Gotha-Koháry, se convirtiese en el marido de la reina María II de Portugal; también había considerado ventajoso casar a Augusto con la princesa Clémentine de Orléans (la que hubiera deseado ser reina no lo había logrado) mientras que Victoire, la única chica, se casaba con Louis duque de Nemours.
Louise Marie era lo suficientemente perspicaz para comprender cuánto se habían devaluado esas bodas Orléans de los sobrinos de Leopold. Pero, desde luego, le apenaba darse perfecta cuenta de que su marido lamentaba haber "malgastado" a Augusto y Victoire entregándolos a dos príncipes que, a fín de cuentas, eran queridísimos hermanos para ella. A pesar de los pesares, Louise Marie se mantuvo serena y digna. De su boca jamás salió ni un leve reproche, ni una ligera crítica, hacia su marido Leopold.
Louise Marie fue declinando a lo largo de 1848 y 1849. A su débil constitución física no le ayudaban en absoluto aquellas fuertes tensiones nerviosas; no probar bocado en varios días y no pegar ojo minaban un organismo en el que permanecía larvada una tuberculosis como la que había segado la vida de su hermana Marie princesa de Württemberg.
En 1849, Louise Marie asumió un viaje a Inglaterra. Los médicos le habían recomendado consultar con un prestigioso galeno británico. En realidad, aquella era una excusa perfecta para que la reina de los belgas pudiese ver con sus propios ojos cómo se encontraban sus padres y hermanos. Cosa muy natural, le preocupaba especialmente Louis Philippe, pues Marie Amelie, en sus extensas cartas, le había confesado cuánto la afligía ver a su marido corroído por el remordimiento y la vergüenza de su abdicación.
La visita de Louise Marie, no obstante, no aligeró ni una pizca la pesadumbre de Marie Amelie. Ésta se quedó literalmente horrorizada al tener frente a sí a la mayor de sus hijas, debido al increíble deterioro físico que se manifestaba en ella. Estaba tan delgada que las ropas colgaban tristemente sobre sus huesos, el pelo caía sin lustre en torno a un rostro de rasgos penosamente afilados, la tez se veía mortecina. Marie Amelie tembló de la cabeza a los pies. Veía repetirse, en Louise Marie, la terrible consunción que había matado a Marie en Pisa diez años atrás. Que el afamado doctor a cuya consulta acudió Louise Marie diagnosticase simplemente una "gastritis" no convenció en absoluto a Marie Amelie.
Pero al retornar Louise Marie a Bruselas, Marie Amelie hubo de centrarse por entero en Louis Philippe. Éste se descomponía paulatinamente, hasta producirse la defunción el 26 de agosto de 1850. Por entonces, Marie Amelie podía recordar cuarenta y un años de excelente matrimonio; independientemente de si su marido había estado o no a la altura de las circunstancias históricas, para ella había sido el hombre a quien había amado hasta el fín. Sus hijos y nietos presentes en suelo inglés se arracimaban en torno a ella. Louise Marie, no obstante, recibió la noticia en Laeken. Enterarse tuvo un efecto devastador en ella.
A medida que avanzaba septiembre, se hizo evidente que Louise Marie estaba gravemente enferma. Sus hijos Leo, Lipchen y Charlotte sufrían considerablemente al ver a su madre sacudida por toses que la dejaban exhausta; estaba tan débil que necesitaba que la sostuviesen mientras bajaba o subía las escaleras, hasta el punto de que, al final, prefería quedarse casi confinada en sus aposentos. Para mayor bochorno de aquella mujer, surgieron diarreas casi incesantes. Se sentía al límite de la vida; hubiera dado cualquier cosa por evitarles a sus hijos aquella visión de la madre a la que los tres adoraban. En cuanto a Leopold, Louise Marie no sabía si entristecerse por el hecho de que él visitase cada vez más asiduamente a Arcadie von Eppinghoven. Las visitas tenían un nuevo sentido, porque Arcadie había proporcionado al rey un hijo bastardo en 1849: Georges von Eppinghoven.
En esa tesitura, Leopold tomó una decisión arriesgada: enviar a Louise Marie a Ostende. Ciertamente, la soberana había manifestado a lo largo de los años una profunda inclinación hacia su residencia de Ostende, situada a orillas del mar. Pero era cuando menos osado introducir a aquella mujer en un carruaje para que resistiese cuatro horas largas de viaje. Desde luego, para el momento en que Louise Marie se halló en Ostende, se sentía lo bastante cerca de la muerte para pedir que se avisase a su madre Marie Amelie.
Marie Amelie no perdió tiempo. Enseguida se puso en camino desde Claremont a Ostende, realizando solamente las escalas estrictamente necesarias. Tenía el corazón en un puño, pues no quería que su hija se consumiera sin que ella pudiese sostenerla entre sus brazos. En ese sentido, la ex reina francesa vió cumplida su esperanza de llegar a tiempo: Louise Marie fallecería el 11 de octubre, con su madre y algunos de sus hermanos en torno a su lecho.
Fuente: http://dinastias.forogratis.es/index.html
Gracias Princesse por el articulo completo y muy interesante que retrata a nuestra primera Reine des Belges.
ResponderEliminarAlgo para añadir:
La reine no se sentia a gusto en Belgique, el protocolo estricto al mas puro estilo inglés la encerraba aun mas en si misma ella como su augusto marido, encontraba a los belges, gente poco instruida y con algo de "salvaje" en el espiritu.
Pasado los años, aprendio a apreciarlos y a sentir un poco mas como "propio" su nueva patria.
Siempre lamento el haber dejado padres, hermanos y vida en Francia, solo la llegada de sus hijos calmo esa angustia que la sumio en una depresion segun los medicos de la epoca.
El enviarla a Ostende, a orillas del mar ,con clima humedo y frio, no fue la decision la mas atinada de Léopold I pero la enfermedad estaba ya muy avanzada y la muerte la rondaba siendo tan joven.
Léopold quien la lloro a lagrima viva, dijo con motivo de su muerte:
"es el unico disgusto que me ha dado"
Pocas semanas mas tarde, el rey volvia a visitar ea "su amiga" Arcadia con la cual tuvo dos hijos ilegitimos a los que les dio sus titulos alemanes de nobleza Saxe Cobourg Gotha .
Nació en Sicilia .... cielos !!!!!!!
ResponderEliminarVoy a leer detenidamente. La historia de cada una de las reinas, es indudablemente una LEYENDA !
lAEKEN tu redacción es atrapante ! Escribe un libro
POR FAVORRRRRR !
aRH, GRACIAS + GRACIAS + GRACIAS !!!!!!!
apoyo a ale si que laeken escriba un libro yo lo quiero leer
ResponderEliminarMes chères amies, merci PERO la escritora de la familia no soy yo !
ResponderEliminarSi algun dia, tomo coraje y lo intento, las primeras en conocer la primicia y leer el borrador serian ustedes pero es dificil para mi sobrepasar mi temor a las criticas.
Ambas, son demasiado generosas.