El Conde Renaud d’Herbeumont
- Leyenda de Bélgica -
En Winnendale, sobre el Semois (Bélgica), se cuenta la leyenda del «feroz cazador». Era un conde llamado Renaud d’Herbeumont. Este señor tenía por la caza una pasión desordenada. Por la mañana, apenas había cantado el gallo, ya se lanzaba el Conde del lecho, se vestía las ropas de cazador, bajaba al patio, y ¡ay de sus criados si no estaban dispuestos ya el corcel y la jauría! Con terribles castigos pagaba la poca diligencia de los desdichados. Después se abría la puerta del castillo y como un alud salía el Conde seguido de los perros y de los monteros.
Esto era a diario. Y no respetaba el terrible cazador ni aun las fiestas de guardar y los domingos. Las amonestaciones de los sacerdotes eran recibidas por él con burlas, cuando no con amenazas. A un pobre cura que le echó en cara su impío proceder, le lanzó una jabalina que a poco lo traspasa.
Uno de esos domingos en que el Conde cabalgaba por la selva vecina encontró de pronto un ciervo, al que quiso dar alcance. El ciervo corría, sin ser alcanzado por los perros. De pronto, ante el Conde se interpuso un caballero vestido con blancas ropas.
- ¡Fuera! ¡Fuera del camino! – gritó exasperado el Conde.
El caballero – que no era otro sino el Ángel de la Guarda del impío cazador – le rogó que suspendiera su diversión en atención a la festividad del día. Pero el Conde no solamente se negó a oírle, sino que se lanzó contra él. El caballero desapareció, y el Conde, sin advertir lo sobrenatural del suceso, continuó cabalgando en persecución del ciervo.
El animal encontró refugio en una ermita que por allí había. El caballero quiso entrar en la ermita; pero el monje que estaba al servicio de la casa de Dios le instó para que se detuviera. El Conde insultó terriblemente al ermitaño, amenazándole de muerte y blasfemando. Pero en aquel momento el día se oscureció y a la claridad de la mañana sucedió una tenebrosa oscuridad. Brilló el relámpago, estalló un prolongado y angustiador trueno, y Satanás apareció riendo terriblemente. Cogió al blasfemo por los cabellos y le retorció la cabeza hasta ponerle la cara encima de la espalda. Al mismo tiempo, el caballo del conde Renaud se encabritó, y una traílla de perros salidos del infierno empezó a ladrar.
El caballero quiso huir; aguijó al caballo, y éste escapó galopando. Pero la infernal traílla se lanzó en su persecución, y el Conde, con la cabeza vuelta hacia atrás, no podía apartar la imagen de las bestias que le perseguían. Así cabalgó y cabalgó, y aún cabalga, en castigo de su impenitencia.
En las horas de la noche, en el bosque del Dansau, cerca de Herbeumont, se oye muchas veces pasar la cacería del conde Renaud.
Esto era a diario. Y no respetaba el terrible cazador ni aun las fiestas de guardar y los domingos. Las amonestaciones de los sacerdotes eran recibidas por él con burlas, cuando no con amenazas. A un pobre cura que le echó en cara su impío proceder, le lanzó una jabalina que a poco lo traspasa.
Uno de esos domingos en que el Conde cabalgaba por la selva vecina encontró de pronto un ciervo, al que quiso dar alcance. El ciervo corría, sin ser alcanzado por los perros. De pronto, ante el Conde se interpuso un caballero vestido con blancas ropas.
- ¡Fuera! ¡Fuera del camino! – gritó exasperado el Conde.
El caballero – que no era otro sino el Ángel de la Guarda del impío cazador – le rogó que suspendiera su diversión en atención a la festividad del día. Pero el Conde no solamente se negó a oírle, sino que se lanzó contra él. El caballero desapareció, y el Conde, sin advertir lo sobrenatural del suceso, continuó cabalgando en persecución del ciervo.
El animal encontró refugio en una ermita que por allí había. El caballero quiso entrar en la ermita; pero el monje que estaba al servicio de la casa de Dios le instó para que se detuviera. El Conde insultó terriblemente al ermitaño, amenazándole de muerte y blasfemando. Pero en aquel momento el día se oscureció y a la claridad de la mañana sucedió una tenebrosa oscuridad. Brilló el relámpago, estalló un prolongado y angustiador trueno, y Satanás apareció riendo terriblemente. Cogió al blasfemo por los cabellos y le retorció la cabeza hasta ponerle la cara encima de la espalda. Al mismo tiempo, el caballo del conde Renaud se encabritó, y una traílla de perros salidos del infierno empezó a ladrar.
El caballero quiso huir; aguijó al caballo, y éste escapó galopando. Pero la infernal traílla se lanzó en su persecución, y el Conde, con la cabeza vuelta hacia atrás, no podía apartar la imagen de las bestias que le perseguían. Así cabalgó y cabalgó, y aún cabalga, en castigo de su impenitencia.
En las horas de la noche, en el bosque del Dansau, cerca de Herbeumont, se oye muchas veces pasar la cacería del conde Renaud.
Por blasfemo lo que le pasó....me gusto la historia.
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